
Es bonita la nostalgia.
Encontrarte un poco por accidente (o no) con algo que aviva ese recuerdo, que abre el lazito de seda con el que cierras esa caja donde está todo guardado. Ese hatillo de recuerdos delicados de intensa carga emotiva, porque qué intenso fue todo...
Pero no es triste rebuscar entre esas fotos, canciones o textos, sentir esa sensación física que empieza ahí, en el pecho, a la derecha del corazón y que sube hasta la garganta. Esa añoranza deliciosa de lo increíble que es sentir así. Ese miedo al ver que sentías así.
Como escuchar esa canción y que tus mejillas se sonrojen igual que hacían aquel día, mientras bailabas para él. O su voz deliciosa, llamándote como nunca nadie más te llamará. Lo divertido que era tratar de adivinarle. Los regalos inesperados. La magia de lo inusual. La genuina e inocente felicidad de aquellos días.
Hay quien dice que quiere olvidar, a mí me gustan mis recuerdos. Son los que te enseñan cómo fuiste una vez, de lo que puedes llegar a ser capaz.
Son los que demuestran que el pasado fue real.