Si se lo digo se ríe. Hace ya algunos años me di cuenta de que ella no lo sabe.
No es consciente de cómo, vayamos donde vayamos, los hombres la miran, pivotan a su alrededor, de las miradas furtivas, de cómo le dicen cosas (agradables, no hablamos de baboseo indeseable), de cómo los camareros se toman un poquito más de tiempo y sonríen un poquito más en nuestra mesa, del tonteo más o menos inocente que se establece siempre a su alrededor, de cómo el ratio de simpatía aumenta un 1000% cuando se dirigen a ella.
No se da cuenta del beneficio que supone ser atractiva.
No es consciente de que no es tan normal tener siempre a tres o cuatro hombres haciendo cola por ti.
No comprende que las cosas que ella hace con total naturalidad, y que dice yo podría hacer no serían igual de bien recibidas por los hombres.
"Lo ves cada día, salúdalo"
"Te acercas y le pides que te ayude"
"Vamos a presentarnos a (compañero de trabajo con voz increíble al que le acabamos de poner cara)"
No lo ve. La adoro aún más por ello, por la absoluta falta de engreimiento en sus actos, pero me fascina lo ciega que está a su propia realidad.