Hoy toca visita al Oso sabio, lo cual significa visita a Madrid.
No sé a qué hora salir de casa, suele pasarme.
Y si todo sale a pedir de boca con los vuelos y me planto en la capital cuatro horas antes?
Pero y si no sale todo rodado y no llego a tiempo? Así que acabo saliendo con antelación. Lo cual va bien, porque el vuelo anterior se ha retrasado y me quedo dos horas en Barcelona, esperando al mío.
Lo bueno de quedarte tirado en este aeropuerto es que la terminal nueva es como un centro comercial, así que tienes por dónde pasearte y entretenerte (resistiéndote a sacar la tarjeta y liarla parda, claro).
Cuando por fin llego al avión voy rodeada de hombres trajeados, es lo que tiene el puente aéreo. La mayoría vuelven del World Mobile o como se llame. El hombre de delante, un tanto extraño, se duerme antes de que despeguemos y empieza a roncar como un león.
Me encanta volar, siempre lo digo, lo sé, soy una pesada. Pero es que me encanta ese momento en que las ruedas se separan del suelo y sientes cómo la tierra tira del avión, mientras él se encabezona en elevarse y tu estómago, mientras tanto, juega con la gravedad.
Lo que tiene despegar de Barcelona es que en seguida el avión se mete en el mar, mientras yo me pregunto porqué vamos hacia el mar si queremos ir a Madrid, pero vete tú a saber de rutas aéreas. Me gusta porque se internan sobre el agua y luego giran de repente a la derecha, pronunciadamente y, si estás en la ventanilla adecuada (cosa que estoy), parece que te vayas a caer al agua.
El cielo está sembrado de esas nubes pequeñas y bonitas, que parecen bolitas de algodón.
La luz para poder encender ipod y ipad parece no apagarse nunca y no puedo evitar pensar que, con lo que dura el vuelo, casi estás más tiempo despegando/aterrizando que volando.
Hoy el piloto se enrolla y nos cuenta de todo. Altitud (10.400m), el motivo de ella, temperatura exterior, velocidad del viento que nos acompaña (50 km/h de cara), hora de llegada, temperatura en destino... Guay, me gustan los pilotos simpáticos.
Descendemos siguiendo la linea de costa, lo cual tiene más sentido que seguir mar adentro y luego, sin que se note mucho, nos metemos en tierra. Enciendo mis cachivaches y me entretengo cuando nos internamos en una masa blanca de nubes, porque reconozcámoslo, eso solo mola un ratito. Pero voy espiando las alturas de vez en cuando y descubriendo cosas a través de la blancura. Como, por ejemplo, unas montañas (ni idea de cuales) nevadas. Lo cual a una criajilla de ciudad mediterránea como yo, la ilusiona. Canteras, granjas, pueblines. Masas de agua.
Me gusta, también, ir encontrándome con zonas habitadas, ver cómo los edificios se apiñan. En la costa suelen ser como abanicos ya que el mar les corta la expansión por un lado, pero en el interior no lo son. Los hay cuadraditos, redondines y otros que parece que crecen como les parece, sin criterio lógico.
Y sigo viendo nieve, parece como si alguien hubiera espolvoreado de azúcar glas el territorio.
Me gustan los campos, con sus extrañas distribuciones y sus variedades de verde y marrón. Los caminos y carreteras.
Y me encanta ver la sombra de las nubes, sobre las que yo paso, proyectadas en la tierra, más abajo.
Llego pronto, a pesar del retraso y, como no me gusta tampoco llegar excesivamente temprano, me siento en un banquito al sol (por lo que me han dicho debo de haber pillado las únicas horas cálidas del día). Estando ahí se me acerca un chico de los que quieren que te hagas socio de alguna asociación benéfica/ONG, pienso en evitarlo pero me acuerdo de Nuria y le escucho. Aunque no acabo por apuntarme y a pesar de no conocerle de absolutamente nada, los dos nos reímos de lo lindo. Carlos se llama (jajajajaja).
Tras ese encuentro casual y agradable me voy a la consulta.
El Oso está como siempre, me dan ganas de abrazarlo fuerte fuerte (y lo peor es que creo que él lo percibe de algún modo). Hoy no hay revelaciones, vengo tranquila y se nota en sus preguntas. Aunque me dice que no me ve muy contenta "y además vienes de negro...". Y más negra que me iba a vestir, pero no lo he hecho pensando en él. "No... vengo verde", le digo.
"Verde es lo que quieres enseñar", dice y me río.
Como no hay conflictos emocionales a los que hacerle frente, se centra en lo estrictamente físico y me explica un montón de cosas interesantes. Lo sorprendo con cosas que recuerdo de las otras visitas, o se pensaba que no le entendía o que no le hacía tanto caso. Le hago un montón de preguntas.
Me despide muy contento, con mi promesa de una llamada que le cuente los resultados de las otras pruebas y la suya de que, con una revisión más, las otras las espaciará más en el tiempo, como si a mí me preocupara tener que venir a verlo... (aunque mi bolsillo suelta un hurra por lo bajini).
La vuelta va rodada y me lo paso aún mejor, escribiendo esto y viendo las lucecitas que iluminan esas cosas que veía antes a la luz del sol.