and I don't feel like I'm strong enough. Cuz I'm broken when I'm lonesome
and I don't feel right when you're gone away.
Hay días con banda sonora propia.
Estás ahí que sí que no, cuando de repente el ipod (que a veces tiene la inquietante habilidad de sincronizarse con tu estado de ánimo) reproduce una canción y ya está.
Encaja a la perfección, todo eso a lo que andas dándole vueltas, esa sensación rara en el estómago que te provoca picor en los ojos si le prestas mucha atención, ese no sé qué que qué sé yo que te hace runrun en el cerebro, como una onda de baja (o alta?) frecuencia que no acabas de oír pero molesta, cobran forma.
No se verbalizan, no, pero sientes que la canción es eso. La melodía te envuelve y acaricia.
Sí, no tienes palabras porque si lo intentas te enredas tú sola con el abecedario y la sintaxis se te antoja matemática cuántica, pero la sensación de la música es la adecuada, la correcta.
Así que hay días con banda sonora y hoy esta es la mía.
May the wings of the butterfly kiss the sun And find your shoulder to light on, To bring you luck, happiness and riches Today, tomorrow and beyond.
No siempre se puede andar por las alturas, revoloteando sin más, sin preocupaciones.
El suelo está ahí, incluso las mariposas lo saben.
Reposan, esperan, se pasean perezosas por el jardín y, si les entra frío, vienen y se posan sobre mí.
No muerden, aunque podrían hacerlo en cualquier momento, se limitan a pasearse por mi piel, enredarse en mis rizos y posarse en mi nariz.
Y yo las dejo, reposo al sol, mientras espero, jugueteando con ellas, acariciándolas, tocándoles las patitas. Están inquietas e intento calmarlas, darles calor.
You always talk so smooth And then in your voice, so true I hear the dream, I hear the dream I never had before
A veces alguien hace algo... algo que tú anhelas, con lo que llevas quizá meses soñando... alguien te concede un deseo. Porque sí, porque puede. Coge tu plantita, la que creció de tu ilusión, y la planta en el jardín para verla crecer, en lugar de dejarla secar y convertirse en piedra.
Alguien tiene un detalle contigo, te hace un hermoso regalo, de esos que acarician el alma.
Otro año más de existencia a mis espaldas y cada vez más cerca del treinta.
Me he sentido muy tentada, de pasarlo por alto, colgar una canción, tirar de egolatría con una foto de un pastel autofelicitándome o algo así, pero han pasado tantas cosas este año que me siento casi en la obligación moral de hacer alguna especie de memorandum o de agradecimiento por seguir en pie, vivita y coleando con mi colita de gata.
Leo la entrada del año pasado y me da la risa ante tanta jovialidad y optimismo. No me malinterpreten, sigo pensando lo que dije. Pero... si alguien, en aquel momento me hubiera hecho un breve resumen de lo que iba a vivir hasta este otro 26 de noviembre quizá el tono hubiera cambiado na' una mijita.
Y es que hemos tenido de todo, de todas clases y colores.
Pero siempre he dicho que lo importante es intentar ser feliz y -cosa que no digo tanto, pero sí pienso- tratar de aprender de todo lo que nos pasa.
Y vamos que si he aprendido.
Sé que soy más fuerte de lo que creía, que en plena crisis soy capaz de pararlo todo, unir las fuerzas de mis loquitas y salir adelante. Que puedo mirar a los ojos del bicho que más miedo me da y, a pesar de la caída libre inicial, levantarme una vez me espachurro contra el suelo sacudiéndome el polvo de la ropa, como si tal cosa.
He visto que, a pesar de toda esa fortaleza, sigo siendo muy tontita, aún cuando me creía yo ya muy madura y autosuficiente. Muy mayorcita y no, no. Sigo siendo una cría en tantas cosas... en cosas capaces de desmoronarme con un solo soplido. Que mis contradicciones siguen tan vivas como siempre.
He ganado personitas adorables que me miman y me cuidan, me atrevería a decir que incluso me quieren, a pesar de mis cambios ciclotímicos de humor, de las cicatrices feas, las heridas sangrantes, los pozos y, especialmente, la montaña rusa.
He vuelto a intentar creer que la amistad puede ser total y verdadera. Que alguien puede quererte sin más, sin ningún tipo de interés, sin aburrirse de ti, sin juzgarte. Que puede, que quizá, haya gente que no, que no se marcha. Que hay abrazos que curan.
También se me ha ido descolgando alguien, con lo que eso duele, pero no podemos hacer nada al respecto. Algunos simplemente se van, pierden el interés, dejas de serles útil o vete tú a saber. Planté un jardín y en él crecieron mariposas. Se me heló pero volvió a brotar. Dije atrocidades. Me abrí en canal temiendo ser devorada y encontré una ternura difícil de explicar. Recibí libélulas, poesías, fotos, cuentos, películas, libros y una inmensidad de cariño que cada día me sorprende más. He abierto puertas que yo misma me prohibí hace años, negándome una parte de mí que soy, me guste más o menos, me de mayores o menores problemas. Aún sigo intentando encajarlas pero creo que, aunque quizá me vuelva loca, soy algo más feliz, más sincera conmigo misma. Encontré un tesoro que ahora guardo, con mimo y con cariño. Cometí alguna locura como cruzarme medio país a la aventura a ver a mi hermanita mayor. Me reencontré con mi Niño Bonito en el viaje más hermoso que hayamos hecho nunca. Trazamos nuestro futuro, envueltos en una manta en medio del mar. Volví al mar a pesar del rechinar de dientes de mi monstruo. Que no ha muerto no, ni me ha abandonado. Pero con quien he comenzado a desarrollar cierta tolerancia. Algún tipo de afecto. Me resigné a no poder hacer 300 cosas a la vez en un solo día (solo 200). Me apunté a yoga y lo dejé. Fui a nadar y lo dejé (lo admito).
Conocí a Javier y al increíble Oso sabio que tanta admiración y un cierto temor reverencial me provoca.
Saqué las uñas cual leona, cuando hace falta y descubrí que soy capaz de perdonar de un plis plas cualquier afrenta, pero no tan fácilmente las que le hacen a aquellos a quienes quiero. Volví a abrazar, a tocar a los demás (vale, solo un poco).
Me hundí pero descubrí que, pase lo que pase, no pasa nada.
Reí, tanto... no sé cuánto hará que no reía que esta manera y con tanta facilidad.
Lloré y sentí emociones como los celos, la desesperación y la impotencia. Temí y perdoné. Hice daño pero conseguí que me perdonaran. Perdí y recuperé. Me he enfrentado a mí misma en muchas cosas y, poco a poco, voy venciendo algunas.
Añoré la soledad y supe encontrar ciertos momentos de.
Entre otras tantas cosas...
Sigo pensando que soy una marciana, pero me he dado cuenta de que hay otros aquí.
Es una jodienda, pero también así una se siente menos sola... así que gracias. A todos, gracias.
Trad. La decepción repentina de una esperanza deja una cicatriz
que el cumplimiento final de esa esperanza nunca elimina del todo.
A pesar de mi edad y el paso de los años.
De los desencantos muchos a los que me han sometido la vida y el ser humano.
De saber que no debo confiar en nada ni en nadie que no sea yo misma, pues la gente decepciona tarde o temprano...
No he logrado aprender a no generar expectativas.
A no ilusionarme.
Lo intento, intento no esperar nada.
Ser realista, previsora y muy precavida.
No creerme nada hasta que lo veo.
No fiarme nunca, nunca, de las palabras.
Pero no siempre lo logro.
A veces una persona tiene la habilidad para hacer que cualquier cosa que diga se convierta en un deseo.
Aunque no haga promesas, pues nunca promete nada.
A veces una palabra se cuela entre mis defensas, mis barreras y mis muros de hormigón. Encuentra su lugar en este corazón tonto que tengo y germina.
Nunca me doy cuenta en el momento, cuando podría buscarla, desenterrarla y desecharla.
Siempre me las encuentro cuando ya han crecido. Como un pino en miniatura crecido de un piñón.
Cuando la ilusión se ha formado.
Cuando el daño está hecho.
Y cuando las encuentro ya no hay nada que hacer. Estoy condenada.
Pues no soy capaz de cogerla y arrancarla de cuajo (como debería).
No puedo matar a ese pequeño brote, fruto de esa parte de mí que aún es capaz de ilusionarse.
De creer que, si realmente deseas algo, al final sucederá.
Porque quizá te lo insinuaron. Porque simplemente, no dijeron que no.
Entonces ya solo queda acunarla. Intentar que no crezca mientras esperas.
Y casi rezar por que esta vez puedas coger esa plantita y trasplantarla a tu jardín, en lugar de sumarla a tu maleta de piedras.
Stephen King (a quien idolatro, qué le vamos a hacer!) explica en uno de sus prólogos, que en las conferencias que daba siempre había alguien que le preguntaba porqué escribía libros de terror.
Él afirma tener la teoría de que en el cerebro tenemos un filtro, cada uno el suyo propio. Por él va pasando nuestro día a día, las cosas que vemos, que vivimos, que nos cuentan... y entre sus fibras de quedan presas ciertas cosas. En su caso se queda aquello tétrico, lo que da miedo, lo espeluznante. De modo que es sobre eso de lo que escribe.
Cuando veo una otra peli o leo unotro libro de terror mi filtro va creciendo. Me quedo con lo más horrible del argumento, la imagen más aterrorizadora (que no tiene porqué ser la que hace chillar a medio cine, puede ser una simple sutileza) y después mi mente (perturbada, ya lo he dicho siempre) las rescata en el peor de los momentos. Solo necesita un ángulo muerto, una puerta medio cerrada, un sonido inidentificado, una pizquita de oscuridad, para rellenarlos con cualquiera de esas cosas recopiladas a base de años y años de alimentarla.
Y, cuando encuentro algo que alimenta al miedo, me dura días. No es esa noche, no.
Se alarga
durante semanas y cuando más dispuesta está mi mente a
asustarme es por las mañanas, en ese tiempo que pasa entre salir de la
cama y tomarme el café.
De ahí de ciertas manías como que las puertas estén siempre abiertas (o cerradas, pero no a medias), no andar a oscuras por ahí, la desconfianza por los espejos, cerrar bien las puertas de los armarios (especialmente en los dormitorios)... y un largo etcétera.
Como las extrañas evocaciones que hacen que cualquier cosa me remita a algo que da miedo.
Al salir la semana pasada de casa por la mañana, chapoteando entre la lluvia y, ver unos globos de colores arrastrados por la corriente, atascados en una alcantarilla, no pensé en fiestas infantiles o charangas nocturnas, no. Pensé en IT, el maldito payaso terrorífico y correteé entre los charcos mientras en el fondo de mi cabeza alguien susurraba "Todos flotan aquí abajo...".
Me voy a buscar una lavandería con una lavadora de tamaño industrial, bien grandecita y me voy a meter dentro a que me despeje las ideas. Me quite todo lo sucio e indebido.
A veces pienso que hay algo mal en mí, algo que no funciona, algo que quizá se me rompió.
Una pieza fundamental para la que no existen recambios.
No sé sentir cosas que debería, pero sí siento otras que no, no debería.
Comprendo las emociones de la gente pero yo no las siento igual.
Y no, no soy una psicópata incapaz de sentir. No. Siento. Vamos que si siento, muchas veces creo que demasiado (y que ahí radica parte de mis problemas y que me iba mejor siendo menos... emotiva).
Solo que de otra manera. Ni millor, ni pitjor... diferent.
Algunas no soy capaz de gestionarlas, mi única opción para evitar la explosión nuclear es callar, morderme la lengua y contener la deflagración.
Otras me arden por dentro de tal forma que creo que me iluminarán como una supernova y, por mucho que procure disimularlas la gente me las nota, porque brillo, irradio felicidad y calidez.
Tengo motivos para pensar en mis sentimientos, los tengo.
Algo me dice que tendría que tomarme un ratito para sentarme a solas, mirar hacia dentro y ver qué andan haciendo estas loquitas mías, que están ordenadas pero, aún así, me parece que la están liando.
La verdad es que no tengo tiempo, sí, mi hiperactividad y yo... (En la que siempre me refugio, claro).
Pero no pasa nada, en unos días vuelvo a Madrid. La visita al Oso se está convirtiendo en mi momento de retiro. Corretear por los aeropuertos. Volar. Pasear por esa ciudad que no es mía.
Nunca he estado allí en diciembre y supongo que una pixapins como yo se pelará de frío, pero no importa. Está bien.
I've been up in the air Is this the end I feel? Up in the air, chasing a dream so real I've been up in the air
Up in the air estoy yo, a veces, como hoy.
Ni siquiera sé cuál esta urgencia que siento, qué debo resolver, qué me apremia.
Esta es una de esas noches en que las ideas se embrollan, se hacen
una bola y la pantalla blanca me mira y yo
la miro a ella... escribo, borro, vuelvo a escribir.
El cursor parpadea como diciendo "Venga nena!"
pero las ideas se me escapan como arena entre los dedos. Pasan ante mí
pero a la que intento agarrar una... nada.Algunas se pelean queriendo ser protagonistas, pidiéndome que escriba sobre ellas.
Otras, al contrario, se esconden, se enredan unas con otras para que no pueda cogerlas e hilvanarlas.
Solo podría decir que no me saco esta canción de la cabeza (por lo visto de esto va el día de hoy) y ya.
Hoy tengo ganas de llorar. No estoy triste pero mis ojos de vez en cuando se empañan y tengo que pestañear para ver bien, como cuando le das a los limpias porque algo salpica el parabrisas.
No estoy triste... eso digo, eso pienso... ¿Eso siento?
Creo que estoy hipersensible.
Son las fechas que son (yo y el maldito calendario) y mi cerebro en segundo plano va haciendo sus procesos, ya veremos qué aflora cuando decida dejar flotar la mierda hasta la superficie.
Hace días se desató un miedo que había atado y ahora anda puluando por ahí hasta que lo cace de nuevo, pero ya se sabe que son escurridizos.
Hoy he visto llorar a alguien a quien quiero y no lo soporto. Por suerte, a veces sé ser un coñazo (cómo he dicho... mosca cojonera?) y un tanto payasa y al final le he hecho reír. Ni que sea un poquito.
Hay otra persona, a la que he empezado a querer, que también sé que anda sufriendo y me siento impotente pues yo no puedo hacer nada. Alguna tontería de vez en cuando por aquello de que saber que alguien piensa en ti anima al corazón.
Además no ganamos para sustos. No entraré en detalles, no me apetece ni quiero, pero entre mis amigas últimamente parece que nos haya mirado un tuerto (que cada uno escoja la expresión que más le guste) porque no paran de pasar cosas no-muy-buenas.
Pero "no estoy triste", me digo y sigo con mi día. Y no les permito a mis ojos llorar.
Pestañeo con ahínco y las lágrimas se reabsorben, entran por donde han salido (antes pensaba qué pasará con las lágrimas que una no llora... alguno de los que sabéis escribir mejor que yo podríais hacerles un cuento, una poesía o un requiem. No sé, algo por ellas).
Simplemente porque no me da la gana. Porque no quiero. (Probablemente no sea muy bueno, ya, pero me da igual).
Porque estoy harta de llantos, no me apetece. Hoy no me valdría para nada.
En aquella época negra decidí que solo lloraría cuando valiera la pena, que mis lágrimas tenían que tener algún valor y fue entonces cuando aprendí a guardarlas. A reservarlas para cuando el momento lo requiriese, cuando la persona que las provocase las mereciera o las emociones, sencillamente, me sobrepasasen.
A veces las imagino cayendo hacia adentro, descendiendo de mis lagrimales hacia la oscuridad de mi interior y formando una montañita de pequeños diamantes.
Lo bueno de tener un espejo es que cuando tú sola no llegas solo tienes que sentarte frente a él y lanzar las preguntas que te harías a ti misma, ya que siempre recibes respuestas adecuadas. O, simplemente sentarte, pues él solo ya encuentra las preguntas. Que puedes hablarle de cualquier cosa porque te comprende pues, salvando las diferencias, él también ha sentido las cosas de las que le hablas y, si no las ha sentido, al poco pasa algo que hace que las sienta. Porque, a pesar de lo distintos que somos y de la diferencia de edad (esa que siempre se me olvida) nos parecemos exageradamente.
También es bueno cuando aparece y te da un capón. Estás tú pajareando, olvidándote de tu condición gatuna y te devuelve a la realidad. Haciendo las preguntas más adecuadas (y, por ello, a menudo atroces) o tocando la fibra más sensible en cada caso. Dejándote, a veces, para el arrastre con esa dulzura suya.
Lo malo es cuando le pasan cosas...
Que hacen que veas en el reflejo algunas que quizá no te gustan de ti misma u otras que tú tampoco tienes resueltas. Y lo ves sufrir pero no puedes tirar del "libro consejero felino" porque decirle lo que deberías decirle sería hipócrita y no, eso con él nunca. Así que nada, haces lo que los gatitos mejor saben hacer, acurrucarte a su ladito y esperar a que pase el temporal, haciéndolo reír siempre que se deje (que se deja, se deja) y mimándolo hasta el borde del coma diabético.
Pasear bajo la lluvia en un día triste siempre viene bien.
Sentir que, de algún modo, la ciudad empatiza contigo, comparte tu melancolía.
Poder escapar quince minutos de la oficina, a medio día, sola, para caminar tú con tus pensamientos, sin nadie que te moleste o te distraiga, ya que todos detestan la lluvia y les parece una locura que quieras salir con la que cae.
Caminar esquivando los charcos, igual que evitas las trampas en tu mente, esos pozos en los que podrías caer si no vas con cuidado, pues la tristeza amenaza. Te tienta golosa.
Pero no, aún no toca.
Estar triste por algo que aún no ha pasado... ¿es absurdo, verdad?
Pero lo estoy... lo estoy... Siento una espinita clavada en el corazón que me dice que algún día ahí tocará coser un nuevo remiendo.
Puede que sea un simple desgarroncillo o un enorme enganchón. Eso solo el tiempo lo dirá.
Pero sea lo que sea... habrá merecido la pena.
órbita
f. astron. Trayectoria que,en el espacio,recorre un cuerpo alrededor de otro de masa mayor sometido a la acción de la gravedad.
Estaba leyendo un blog, uno de los habituales, mientras tomaba café invocando a mi cerebro tras una noche larga, inquieta, con pesadillas incluídas.
Otro, en la barra lateral del primero, ha llamado mi atención, así que he ido a chafardear.
Claro, quién no lo hace de vez en cuando? Así llegamos de casa de uno a casa de otro, como ladrones o ratoncillos.
Leo... "Vaya... Pues sí que..." Algo se desliza en la oscuridad de mi interior, algo en las palabras me resulta extrañamente familiar, no porque conozca a la persona, si no por lo que cuenta.
Leo otra entrada, que me abofetea contudente. No sé porqué desciendo hasta los comentarios, no tengo intención de escribir nada (yo necesito mi tiempo para comenzar a comentar a alguien) y zas! Me encuentro con una persona del pasado.
Alguien de aquel otro blog del que a veces hablo.
Y siento vértigo, siento como si, por un momento, dos de mis mundos (supongo que tengo tres) podrían colisionar, súbitamente, acuden a mi mente las imágenes de aquella película y Wagner comienza a sonar a todo volumen con esa canción que me conmueve y destroza de esa manera...
No, no van a colisionar, no es algo posible. Mi razón acude al rescate, como siempre.
No hay forma. Pero se han rozado ligeramente. Sus órbitas se han acercado peligrosamente.
Que el sonido de las gotitas chocando contra la persiana irrumpan en mi sueño y un trueno me devuelva a la realidad.
Arrebujarme entre las sábanas y la colcha, sintiendo que por fin llega el otoño.
Escuchar a los vecinos en la calle renegar de la lluvia y sonreír.
Apoyarme en la ventana mientras la tazá de café da vueltas en el microondas, abrirla y oler la humedad del ambiente. Dejar que el agua me salpique un poquito.
Sentarme con el niño bonito en el sofá, taza calentita en mano, a comernos los restos del bizcocho de chocolate que hice ayer.
¿Podremos decir que sí? ¿Que ha ya empezado el "mal tiempo"?
Los días así inspiran a soñar, a dejarte llevar por la imaginación.
A hacerte una bolita en el hueco del sofá, envuelta en la manta y quedarte ahí, viendo llover, mientras tu mente divaga por universos paralelos. Con otras realidades. Con escapadas a... pongamos Buenos Aires o Nueva York. Con copas de cava y el calor de una chimenea. Con casas con habitaciones secretas. Con averías de coches en medio del bosque. Con paseos por pueblecitos del interior. Con trenes camino de París y abrazos en la Estación de Francia. Y tantas, tantas cosas...
Te gusta provocarme, no, perdón, te encanta.
Y no te basta con tentarme cual súcubo, (hace días pensaba que si fuera creyente hace tiempo que me habría hecho exorcizar).
Adoras despertar en mí esas sensaciones que no controlo.
Te diviertes, por ejemplo, poniéndome celosa hablándome de esa chica que, pobre, vive ajena a todo esto. ¿No te das cuenta de que podría cogerle manía solo por oírte mencionar su nombre más veces de las debidas?
También te gusta hacerme enfadar, tensando la cuerda a ver cuánto aguanto.
Disfrutas viendo cómo me muerdo la lengua por no liarla más, incluso diría que te lo pasas bomba cuando al final me cabreo, me pongo cínica o te suelto lo que pienso, por mucho que luego me arrepienta.
Gozas porque sabes que con solo un par de palabras me pones en mi sitio sin que yo sepa muy bien cómo y que, con otro par, obras tu magia y eres capaz de hacer que se me pase hasta la mayor pataleta. Porque sí, contigo pataleo y te regocijas cuando me ves confundida y descolocada después de mis erupciones de mala leche. Porque yo estoy acostumbrada a ser balsa de aceite y no de lava burbujeante.
Te agrada también inquietarme, contarme cosas a medias para que mi mente divague y luego, cuando te suelto veinte mil preguntas en cascada, tranquilizarme como si acariciaras a un cachorrito miedoso.
Y cuando creo que te tengo cogida la medida, que no me volverás a sorprender, me das la vuelta como a un jersey y me pones otra vez del revés.
No me miento, si te consiento de este modo es porque en el fondo es divertido, además, si esto tiene que pasarme con alguien que sea contigo. Pues en ti confío con esta ceguera (tonta y absurda) que debería de darme si no mucho miedo, aunque fuera un pequeño repelús, pero cuyo temor hace ya mucho que dejé atrás.
¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?
Hoy he vivido uno de esos momentos de "Ouch!" (Onomatopeia que pretende imitar al sonido que emite Homer Simpson cuando se hace daño).
Durante tres horas, con mi cuñada y su madre. En una de esas ocasiones tan "de mami".
De esas que yo no tendré, claro. (Y, ya, ya sé que no todas las madres son ideales y todo lo demás, pero también hablé no hace mucho sobre la idealización de la mía).
Ya sé que no debería pensar en ello, pero Aaaah! Quién manda en esas cosas?
He disfrutado del momento, me lo he pasado bomba con ellas, pero... bueno, es esa sombra de siempre, planeando según cuándo, recordándote lo que no tienes, rememorando que no está.
No pasa nada, solo hemos arañado un poco la costra, no la hemos levantado, ni sangra. Hoy no.
Es más como... cuando tienes una herida que empieza a cerrar y la carne te tiva. Sí, eso sería.
Esa molestia, ese no sé qué extraño que no te impide seguir con tu vida (que no te empuja al pozo) pero que ahí está.
Silencio. Oscuridad. Solo silencio y oscuridad. Aunque el silencio
resulta extraño.
Todos tienen miedo de algo, desde niña, nunca
temí al coco, ni nada parecido, solo a la exacta situación en la que me
encuentro ahora.
Mis brazos estan aprisionados contra mi
cuerpo, pero puedo moverlos. Levanto las manos, despacio, hasta palpar lo
inevitable: la superfície lisa, dura, fría... que solo puede ser una cosa,
madera.
Suspiro tratando de contener el grito que
quiere ascender a mis labios, no quiero darle ese placer. Sé que está fuera,
ahí arriba, esperando ese grito, si no lo hago, si no le complazco, tal vez
abrirá la caja y, entonces, me abalanzaré sobre él y le golpearé hasta matarle
con cualquier cosa, o simplemente daré golpes a su cabeza hasta que se abra como
una nuez, ese sonido sería glorioso.
Me regaño a mí misma por pensar así, aunque...
qué narices! Ese cabrón me ha metido en un ataúd y pretende enterrarme viva,
claro que le mataría, sin dudarlo. De eso depende la supuesta moralidad humana,
algunos nacen sin ella, el resto la perdemos por su causa. Un golpe me sobresalta, ha sido un sonido
seco, seguido de un deslizamiento sobre mi recién estrenado ataúd, "Dios
mío, qué ha sido eso?" pienso yo. Y una voz en mi cabeza, esa que todos
tenemos, la que nos susurra de noche, cuando oímos un ruido extraño y nos
agazapamos bajo las mantas, o cuando un dolor extraño ataca alguna parte
nuestro cuerpo, o cuando papá, mamá, el hijo, o el hermano no llegan a casa, no
contestan al teléfono y nadie sabe dónde está... esa voz, responde: "Lo
sabes perfectamente, cariño, es tierra, te está enterrando". Si esa voz fuera alguien físico también le
golpearía. Cierro los ojos, acto inútil estando encerrada
en un ataúd, mi respiración está completamente descontrolada, mi cuerpo empieza
a sudar, mis manos arañan la madera. El siguiente golpe me arranca un grito, y le
oigo reír, ríe contento y oigo su voz rota diciéndome "Así es zorra,
grita, nadie puede oírte, solo yo". Y tengo la certeza de que no miente. Estamos
en una isla desierta y ha matado a cuántos llegaron conmigo. La Dama Oscura, así me habían apodado a mí, y
en la oscuridad moriré. ¿Cuánto tiempo viviré sin comer ni beber? Tan sólo era una especie de retiro, donde
refugiarme de mi monótona vida, dónde por fin hacer algo excitante y
diferente... y ¿dónde de acabado? Encerrada en un ataúd mientras un maníaco
asesino me entierra viva. ¿Porqué, en un seminario de eruditos
dispuestos a escribir poesía, flores y mariposas, se interesaba el viejo por
cuál era nuestro mayor temor? Ahora tiene sentido. El viejo loco sigue echando tierra sobre mi
caja, hace rato que no le oigo ni a él, ni la tierra caer. Solo deseo que le de
un infarto y muera él también.
Debo de llevar horas aquí dentro. He llorado,
he rezado a un Dios en el que no creo suplicando que me saque de aquí, he
gritado, he arañado la caja hasta arrancarme un par de uñas y después he bebido
mi propia sangre, he golpeado, pataleado, en algún momento he perdido la
conciencia, he reído como una loca, he vuelto a llorar... por supuesto, todo
inútil. Siempre pensé, en mis más macabras fantasías,
porque reconozcámoslo, todos saboreamos en nuestra imaginación esas atrozidades
que tanto miedo nos dan, que, cuando el maníaco me enterrase al menos me
dejaría una linterna para que viera pasar mis últimas horas... pero no, solo
tengo oscuridad y unos centímetros por los cuatro costados. Tras el pánico ha llegado una especie de calma
y resignación dificiles de explicar e inimaginables fuera de aquí. Voy a morir.
Lo que ocupa mis pensamientos es cómo hacerlo rápido, las formas tradicionales
de suicidio no son viables en una caja bajo tierra, necesito algo que corte,
puesto que saltar o provocarme una sobredosis no es posible, pero en la caja no
lo hay... aunque, en realidad no importa, sé cómo hacerlo y lo haré.
Ella me lo ha dicho, la voz, pensaba en cómo
cortar y ella me ha dicho "Piensa, ¿qué hace un animal atrapado en un
cepo? Muere o bien muerde hasta soltar la pata que le mantiene cautivo... ahi
tienes la forma de cortar, pequeña". Así que cortaré... morderé... cortaré
hasta liberarme.
(Esto lo escribí con 16 años. Lo encontré por azar, pero me ha apetecido compartirlo. It's creepy, lo sé. Me horroriza, no sé qué debieron de pensar cuando lo leyeron porque no, no fue solo para mí. Lo raro es que después de un texto como este no me llevaran al psicólogo o algo así. Yo lo hubiera hecho).
Hay días en que tu mente se empeña en irse a donde no debe.
Días en que no te apetece pensar en algo, pues demasiadas vueltas le has dado ya, pero ella sigue a su rollo, erre que erre, devolviéndolo al primer plano.
Y cuando te entretienes con otra cosa, lo mantiene ahí como un run-run por si acaso se te olvida.
Así que llega un momento en que dejas de intentar evitarlo. Te sientas y dejas que tu mente te muestre esas ideas, esas imágenes, esos recuerdos, esas dudas, esos deseos.
Pero te cansas pues son demasiadas las preguntas y tienes tan pocas respuestas... y no importa las ideas que se han instalado en tu mente, no importa si alguna que otra suena a certeza.
Certezas que duelen y que te hacen cuestionarte cosas.
Pero que en realidad no tiene sentido, nada, solo andas atrapada en tu propia mente.
Dando vueltas 'round and 'round... como siempre. Malgastanto tiempo y energía. Tranquilidad y ánimo.
Así que te refugias en donde puedes.
Me levanto sigilosamente, para no despertar al Niño Bonito, me deslizo hasta el baño como un fantasma despeinado.
Mis ojos pululan por mi rostro. Algo falla.
Miro hacia el interior, mis yos se movilizan. Hay algo que no encaja y no sabemos qué es.
La razón sigue en su butaca de orejas, cuando la increpo me dice con un gesto despectivo "Es el monstruo", por su tono sé que se refiere al malo. El resto se miran y todas acaban por mirarme a mí.
Ya no está.
Decidimos inspeccionar bien el perímetro por si acaso.
Miramos bajo las camas, en los armarios, detrás de las puertas. En el sótano, la mazmorra, torreones, salas y salones de mi mente.
Ni rastro.
No queda nada del monstruo malo, ni de la caja, ni siquiera del laboratorio que creé para contenerlo.
Eso es lo "raro". Estoy más ligera. Llevo un (pesado) peso menos.
Constatar su ausencia me hace sentir la calma corriendo por mis venas. Respiro hondo y creo que ahora me entra más aire en el pecho, como si algo ya no me lo oprimiera.
Además, hoy empiezo una semana de vacaciones. Sin planes.
Solo dormir, relajarme, pasar tiempo con él, salir con las nenas del trabajo y ver a mi papá.
Hoy han sido... Veamos... De 8:30 a 22... Comiendo en una media hora... 13 horas no?
Pero no importa.
En pleno cierre a las 17:30 peta el programa y A y yo nos planteamos huir a otro país.
Pero no importa.
Mi coche hace cosas raras.
Pero no importa.
Nada importa porque al final, tras tres largas semanas de espera y dos llamadas telefónicas, me han dado los resultados de la prueba. Y está bien. Todo está bien. Estoy bien.
Y no tengo nada más que decir porque con eso lo digo todo.
Como soy una bocazas y me quiero reír hasta "de lo que no debo", el monstruo malo se ha vengado esta noche, filtrándose por algún agujerito de su caja, hasta el reino de los sueños.
Aprovechó, como si recogiera miguitas de pan, los restos recientes de la conversación con Dani y otra con el Niño Bonito justo antes de dormir, que nada tenía que ver con el tema, para tejer su ignominiosa pesadilla.
Morfeo, que debía de andar entretenido persiguiendo alguna ninfa, no se ha dado cuenta (ya lo dije, es mi fiel amante y además de llevarme siempre con él, también cuida de mis sueños) de que la negrura se extendía como una nube tóxica por su reino.
No me moría no, para eso necesitaríamos un super desarrollo alienígena digno de estudio (y supondría que mis células se desarrollan a una velocidad demasiado elevada, con lo cual lo mismo en diez años era una ancianita), pero se daba el que sería, en mi caso, el peor de los casos (que también implica una especie de superdesarrollo del alien, aunque menor, pero eso cuéntaselo a un cerebro dormido) con La Implicación futura (completamente letal para cualquier futuro a largo plazo que yo haya podido imaginar) que eso tendría.
Pero bueno, ya es de día, la nube tóxica se ha disipado, he agarrado al dichoso monstruo del pescuezo, lo he bamboleado y sacudido un poco, aprovechando el enfado por venir a perturbar mis sueños, y lo he encerrado de nuevo. En un laboratorio de estos completamente sellados, donde se almacenan y manipulan agentes químicos y víricos (lo que es este monstruo, más o menos) a ver si así no encuentra ningún sitito por el que salirse.
Habla con él un día cualquiera y cuéntale que has ido al médico porque hace unos meses tuviste "un problemilla", pero que todo anda bien, que solo toca revisión.
A las dos o tres semanas, métete alguna zona de mala cobertura mientras hablas con él otra vez, justo en el momento en el que andas bromeando (sí, viva vuestro humor negro) sobre que, si te vas a morir, lo llamarás para avisarlo. La gracia está en que la cobertura desaprezca en el momento justo y él solo oiga "Dani, me estoy muriendo".
Soltará un "¿¿¿Qué???" que prácticamente oirás sin necesidad de teléfono, pero eso sí, cuando arregles el malentendido (y su corazón vuelva a latir) os reiréis de lo lindo.
Cuando diga "Bueno, tú tranquila, cuando me lo quieras contar ya me lo contarás, mientras, si me dices que estás bien, que todo controlado, a mí ya me vale" te lo querrás comer a besos y maldecirás los km que ahora os separan, pero te reafirmarás en la idea de que sí, es tu mejor amigo.
A todos nos llega un momento en que nuestros padres caen de su pedestal, generalmente en la adolescencia, de repente te das cuenta de que no son los que más saben de todo, de que los besos en verdad no curan, de que tienen problemas, debilidades y defectos, de que se equivocan como todo el mundo.
Pierden su carácter divino.
Pero yo nunca llegué a eso. No me peleé con ella, no nos dijimos nada salido de tono, nunca me negó la posibilidad de ir a algún sitio ni me castigó sin salir cuando era Tan Importante salir. No me criticó un novio ni un modelito. No me regañó por mis malas notas ni me pilló nunca con una borrachera. No me regañó por estar una hora colgada al teléfono ni me pilló haciendo tonterías con la comida. No se horrorizó con mi piercing en la lengua ni cuando me encerré en el baño y me corté el pelo yo solita. No me amenazó con tirarme toda la ropa a la basura si no recogía la habitación ni me sorprendió besando a un chico en el portal. No entró en mi habitación diciéndome que bajara la música ni me preguntó cómo diantres podía escuchar eso. Nunca me dijo un "como vaya yo y lo encuentre" o "que te crees que esto es un hotel?". Nunca me persiguió preguntando "Con quién vas? A dónde? Qué vais a hacer? A qué hora volverás? Cómo? Pero con quién vas?".
Lo malo de que se fuera siendo yo tan joven (por no decir pequeña) es que nunca la llegué a desidealizar.
Para mí siempre será perfecta y eso, aunque no lo parezca, es peor.
Hoy es otro de esos días para tumbarme al sol en la chaise longue. Para pasar una hora en blanco sintiendo cómo se me escapan el tiempo y la vida sin que me importe.
Para andar revolviendo en mi mente y memoria, para arrancarme las costras (total ya se abrieron las cicatrices anoche) y, quién sabe, quizá acabar llorando mis ya tan conocidas lágrimas negras.
Me ha llamado mi hermano para ir con ellos a un museo y debería, probablemente sí, a disfrutar y aprovecharme del efecto balsámico que tiene mi sobrino en mis neuras y dolores, pero no puedo.
Hoy no. Esta noche he perdido la máscara en algún pliegue o recoveco de las sábanas y ahora estoy desnuda, expuesta.
Dentro de un rato bajaré a buscarla pues debo recomponerla para cuando llegue el niño bonito, pero ahora solo quiero estar aquí.
Tumbada en el sofá, mirando a ese rectángulo de luz, al pico de tejado de tejas que veo, con su antena amarilla y, detrás, una porción de cielo azul moteada de nubecitas blancas. Escuchando el extraño chapoteo que ha empezado a hacer la caldera esta semana, el zumbido de un motor en la calle, voces de gente extraña.
Tampoco mucho que, claro, tengo cosas que hacer... pero solo un poco.
Solo un ratito de soledad e inmovilidad.
Solo un ratito de debilidad y tristeza.
Solo un momento de poner las heridas al sol, que dicen que les ha de dar el aire para que se sequen.
Un poco de disfrutar de ese apego que, dice mi lobo, tengo por la soledad.
Después me daré una ducha que se llevará tristeza, desgana y demás por el desagüe y volveré a ser "yo".
Me llama mi tía I que es la que faltaba para completar el cuadro de personas preocupadas por mí.
La primera pregunta es si he ido al médico, respondo que sí pero que estoy esperando los resultados.
"Bueno y tú qué impresión tienes?" Segundo incómodo... "Pues no sé, yo creo que bien, pero no sé".
La desvío hablándole de la familia (su gran tema favorito) pero entonces suelta la que de ahora en adelante consideraré su Number One (y mira que de ella colecciono muchas frases inolvidables).
"¿Has ido a hacer una visita a mami?"
Cri-cri... suenan los grillos y una bola del desierto recorre mi cabeza (mientras, en segundo plano, La Cicatriz se abre y sangra borbotones, pero unas cantidades ingentes del rollo peli de Tarantino o algo gore así muy serie B).
Consigo articular un "No".
"¿Te da pena?", me dice.
En diferentes partes de mi cerebro sucede lo siguiente:
- Como en un comic me sale una gota en la cabeza y me caigo de culo con los pies para arriba.
- La pelirroja saca una recortada y la carga.
- Se me salen los ojos de las órbitas.
- Aparece alguien con una camisa de fuerza diciendo "¿Mami?¿Mami?¿Ha dicho mami?"
- Alguien empieza a dar vueltas alrededor preguntando "Dónde está la cámara?"
- Otra me saca la daga del pecho llevándose sin querer el corazón con ella.
Por suerte soy una niña buena bien educada en el respeto a los mayores y consigo decir "Ya sabes que yo no voy".
Durante unos siete y ocho años me hacían ir, cada 1 de noviembre, con la orda de penantes y plañideras al cementerio a limpiar la lápida y poner flores de plástico a la tumba de mi madre, hasta que un año dije que no iba a ir más (creo que para alivio y regocijo de mi padre) y se acabó. Nunca tuve que dar explicaciones de porqué y me muerdo bien mordida la lengua esta noche para no decirle a mi tía lo que pienso porque sé de sus creencias y sé que se caería de culo si se lo dijera y ya no tiene edad para patinazos similares y menos causados por su querida sobrina.
Consigo terminar la conversación, con cariño y coherencia.
Me quedo mirando el móvil y alguien en mi cabeza con un gran sentido del humor empieza a gritar "SurrealismoooOOOOOO" emulando a la Sra. del Surrealimo del APM y me entra la risa floja.
En serio, por favor, necesito una tregua. No sé a quién hay que sobornar, chupársela o venderle el alma, pero necesito que el mundo se relaje un poco y que dejen de hurgarme las preocupaciones y las heridas. No sé ni qué decir... Que lo estoy sacando de madre? Quizá.
Pero bastante esfuerzo me supone no acordarme de mi madre en días así y caerme por la sima de su ausencia como para recibir ese tipo de preguntas.
¿Te da pena?
Te da pena...
¿Te da pena?
¿¿¿Que si me da pena??? Noooo soy un bicho frío, gélido sin corazón y sin alma.
Pero por Dios!
En fin, dejémoslo... me quedo con la yaya.
Hablabas. Escuchaba tu voz, mientras me decías aquellas cosas.
Aquellas que no podías decir... pero aún así decías.
Me observabas atento, al otro lado de la mesa, evaluando mis reacciones.
Buscando secretos en mis ojos, tan parecidos a los tuyos.
Me sonrojaba, sin tratar de ocultártelo, no, a ti no.
Intentaba aparentar tranquilidad pero mis manos traidoras me delataban.
No podían estarse quietas, jugueteando, paseando por mis labios o enredándose en mis rizos.
Dijiste... aquello y yo desvié la mirada azorada a tus manos. Tus bonitas y delicadas manos.
Reprimí el impulso de tomarlas en las mías para comprobar si eran tan suaves como mi mente me decía.
Pero entonces llevaste una a tus labios y los acariciaste, con ese gesto tan tuyo.
Haciéndome perder el hilo de tus palabras y parte de la entereza.
Y me esforcé por quedarme donde estaba, por escucharte sin supirar por tus labios,
por no morir por besarlos, por ellos que también querían besar los míos.
Por dar esos besos prohibidos, soñados y anhelados.
Seguí tu dedo índice recorrer el labio inferior estremeciéndome por una sola oportunidad, un solo momento, un pequeño instante.
Sabiendo, en lo más profundo de mí que, con solo rozarlos un segundo con los míos, todo tendría sentido.
Todas las dudas, todas las largas noches mirando al techo de la habitación.
Todas las lágrimas vertidas, la pena, la culpa y el deseo ahogado.
Que se desvanecerían en tus labios, en tu saliva y en tu lengua.
Pero no podía ser, nos habíamos prometido mutuamente vernos, hablar, charlar ante un café en aquella cafetería de Madrid.
Contarnos secretos, responder las preguntas nunca respuestas, decirnos las verdades... pero no tocarnos ni una sola vez, pues ambos sabíamos que como nuestras pieles se rozasen un momento, no habría vuelta atrás.
Era como si fuéramos los protagonistas de algún cuento, dos enamorados presos de un malvado hechizo. Si uno tocaba al otro, tú te convertirías en una estatua de hielo que derretiría el sol y yo me desmoronaría en miles de granitos de arena blanca que el viento esparciría por todos lados.
Y por un momento me pareció buena idea, morir en un beso.
Morir en tu beso...