28 de febrero de 2015

Casa!

14 días fuera de casa.
8 vuelos (Barcelona-Dubai-Sydney-Melbourne-Alice Springs-Perth-Dubai-Barcelona).
4 zonas horarias.
Ni sé cuántos kilómetros.

Tengo mucho que contaros del viaje. Muchísimo.
Así que, intentando ser fiel a la línea temporal publicaré conforme tenga tiempo de buscar las imágenes adecuadas y demás, entradas en su "momento original", a la salida de cada una de las ciudades que visité.

Ahora me asalta el jet lag y el cansancio tras 30 horas de regreso, no sé cómo me lo voy a hacer para aguantar despierta hasta la noche y tengo los pies como un botijo, pero quería decir que ya estoy aquí.

23 de febrero de 2015

Alice Springs


Alice Springs es una población plantada en medio del desierto Australiano, lleno de casitas bajas. El aeropuerto es chiquitito, de los que te bajas a pie del avión y caminas hasta la terminal por la pista (hoy en día eso me parece entrañable).
Con el hotel alucinamos (también inducidos por el error garrafal que fue el de Melbourne), un resort pequeño montado entorno a un casino. Habitaciones enormes encaradas al jardín y la piscina... Bañarse en pleno febrero en una piscina cuando en el cielo se va formando una capa de nubes negras seriamente amenazantes no tiene precio, por cierto.
Mi primera sorpresa se produjo en el trayecto aeropuerto-hotel pues esperando encontrar un paisaje marciano lo que mis ojos veían era un tapete verde-amarillo peludo, mientras mi mente estupefacta iba diciendo "¿Dónde está mi desierto naranja?".
La explicación me la darían dos días después: cinco semanas atrás había llovido y lo que veíamos eran los restos del renacimiento que suelen producir las lluvias en los terrenos áridos.
El día de llegada lo dedicamos a descansar y vaguear en la piscina.

Al día siguiente contratamos una excursión al Uluru. Incluso los más aventureros nos habían dicho que no nos fuéramos por nuestra cuenta y, al hacerla lo entendí. En contra de mi creencia de que Alice Springs estaba junto a la famosa montaña australiana, la realidad es que está a tres horas en autocar por en medio del desierto. Es decir, a través de una carretera en la que no hay nada más que desierto rojo a lado y lado.
Al margen de eso, la visita guiada vale la pena porque te llevan a más sitios, que quizá no hubiéramos visto y especialmente porque allá donde vas te explican las historias aborígenes relacionadas con cada lugar. Además de que nos trataron francamente bien cuidando todo el tiempo de que no nos deshidratasemos (es un serio problema cuando estás a más de cuarenta y cinco grados en un ambiente seco), no nos metiéramos en ningún sitio peligroso y comprendiéramos la cultura local, además de ver todo lo imprescindible.
Visitamos también Kata Tjuta (significa "Muchas cabezas") que, al igual que Uluru es un lugar sagrado para los aborígenes, ya que según sus creencias ambas formaciones rocosas simbolizan hechos históricos sobre la formación del mundo. En Kata Tjuta aún a día de hoy se realizan ceremonias. 
He de reconocer que en el Uluru me emocioné. Allí sí podía decir lo de "sueño cumplido". Si algo había caracterizado mi ilusión de visitar Australia era el Urulu y allí lo tenía, frente a mis ojos, poder no solo ver, si no tocar, lo que durante veinte años había simbolizado mi mayor aventura por recorrer... es difícil de explicar.
Pudimos ver aborígenes pintando sus tradicionales pinturas (de las que ya estaba enamorada antes de estar allí). Son gente pacífica y muy tímida.
Algo que todo el mundo me pregunta es si subimos a Uluru y la respuesta es que no. El día que fuimos no se podía subir a causa de las altas temperaturas pero, aunque se hubiera podido, no lo hubiéramos hecho. El parque nacional donde se encuentra pertenece a los Anangu (los aborígenes) y, allá donde vas, encuentras carteles donde ellos piden que no subas a la montaña porque es sagrada. No soy quien para desoír esa petición.

El segundo día contratamos otra excursión que nos llevó por toda la zona más cercana a Alice Springs. Fue genial porque era un grupo reducido de tan solo diez personas y la guía que era un encanto, con la que pudimos hablar largo y tendido y que nos explicó detenidamente todo lo relativo a fauna y flora de los lugares que visitábamos, así como de las costumbres (y los conflictos) de los hombres blancos y los aborígenes.
Fuimos a los MacDonell ranges, Simpsons Gap, Ellery Creek Big Hole, the Ochre Pits y Glen Helen Gorge. Lugares de vistas impresionantes, pequeños oasis en medio del desierto... Juzgad vosotros mismos.


 



20 de febrero de 2015

Melbourne


Melbourne es bohemia, preciosa y no en vano ha sido elegida en cuatro o cinco ocasiones como "la mejor ciudad para vivir". También es desordenada, caminando por sus calles vas encontrando una extraña mezcla de edificios antiguos y edificios ultra mondernos, unos al lado de otros en una mezcla sin criterio pero con encanto. La prueba de ello es Federation Square, una plaza toda de cemento y edificios grises y cuadrados junto a Flinders Street Station construida en 1927.
La única "pega" es que, como dicen de ella, "puedes tener las cuatro estaciones del año en un mismo día" y es así, llegamos de los cuarenta grados de Sydney a un día frío y nublado que nos hizo sacar las chaquetas, aunque se agradecía, para qué negarlo, un pequeño respiro de tanto calor.
Otra de las cosas que le da encanto a la ciudad son los tranvias que es el transporte por excelencia para moverse por ella. Hay una gran cantidad de líneas que la recorren de lado a lado. 
Nuestro hotel estaba también en las afueras y el viaje en tranvia era algo realmente encantandor.
Es una ciudad pequeña que puedes recorrer a pie tranquilamente, además invita a ello, apetece pasear descubriendo en cada manzana un edificio encantador, otro sorprendente o una galería comercial terriblemente bonita oculta en un bloque de oficinas.
La anécdote amable del viaje se produjo en una de sus calles cuando ofuscada por no lograr orientarme le tendí el mapa al NB con cara de niña cabreada y, de repente, se materializó a mi lado un señor ofreciéndonos su ayuda.
Una visita alejada del centro que se debería de hacer es la playa de St Kilda, es realmente hermosa, aún cogiéndola en un día nublado. Además, por las noches, en uno de sus extremos hay unas cuevas donde se pueden ver pingüinos. Aunque confieso que el NB y yo no los vimos, aparecen por la noche y habíamos madrugado demasiado como para poder esperar.

El segundo día cumplimos con nuestro objetivo principal en Melbourne: visitar el Ballarat Wildlife Park.
Es una excursión de una hora y media, más o menos, en tren desde la ciudad hasta Ballarat, un pueblecito adorable. Una vez allí hay que coger otro autobús. Pero merece la pena porque no está nada masificado y el viaje es muy agradable.
El parque es una reserva donde puedes ver a todos los animales propios de Australia (excepto el ornitorrinco). Sabíamos que podríamos tocar canguros pero al principio me dieron miedo porque no esperaba encontrármelos nada más cruzar la puerta acercándose a mí. Ellos saben que los humanos les dan de comer y eso buscan. La verdad es que son animales encantadores y se dejan acariciar, en cautividad, evidentemente. También había emús y alpacas sueltas, pero a esos no me acerqué demasiado. Cada hora los cuidadores enseñan a uno de los animales que no vagan libremente por el parque y es francamente interesante todo lo que cuentan sobre ellos, además, te dejan tocarlos. Lo cual para alguien con espíritu infantil como yo es genial.
Pudimos ver águilas, cisnes, demonios de tasmania, lagartos, cocodrilos, tortugas gigantes... tocar canguros, koalas, wombats, serpientes...









17 de febrero de 2015

Sydney


Sydney es una ciudad tremendamente bonita.
Posee el encanto de una capital europea y, a la vez, algunas de sus calles me recuerdan terriblemente a Nueva York. El NB dice que es como Barcelona (moderna, junto al mar), así que acordamos que es una mezcla de ambas, aunque yo creo que fueron los plataneros -qué leches hacen esos árboles allí?- los que le hacían pensar en nuestro hogar. 
Puedes ir en autobús a cualquier parte y es bastante sencillo comprender cómo funcionan. 
Está habitada por una mezcla alucinante de culturas (supongo que eso me recuerda también a NY) y, aunque no necesitamos de mucha ayuda, a todos aquellos a los que preguntamos fueron encantadores con nosotros.
Iba con un cierto temor a su tan mencionado acento extraño pero no hubo problemas de entendimiento.

Día 1
Comenzamos en Circular quay. Es el puerto de la ciudad y donde parece que se vertebre todo respecto a ella. Todos los autobuses nos llevaban a ese punto y, desde allí, es fácil desplazarse a cualquier lugar.
A la izquierda queda el Harbour bridge y por un paseo a la derecha se llega a la Ópera de Sydney, el edifico más emblemático de la ciudad sin duda. Es sencillamente preciosa. Lo que nunca se me ocurrió averiguar antes de ir y que me sorprendió es que la cubierta blanca que solemos ver está formada por un montón de baldosas.
Bordeando la Ópera se llega al Botanic garden, unos jardines enormes e idílicos dignos de visita. Por todas partes hay aves que no nos resultan muy comunes, insectos de tamaño considerable, esculturas escondidas y árboles alucinantes.
En el extremo opuesto a la Ópera se encuentra la National gallery, la exposición resulta ecléctica. Por un lado hay todos tipo de pinturas de autores variados, recuerdo con especial fascinación algunos paisajes de lo que sin duda fue la Australia que encontraton algunos de los primeros colonos. Por otro lado hay una sala dedicada al arte oriental pero, lejos de lo habitual, es una extraña combinación de elementos clásicos y arte moderno. Nos fascinaron dos cuadros: En uno se ve a un Jesucristo sufriente en la cruz y en el otro a un buda sonriente. Como si la contraposición no fuera suficiente, además resulta que si el observador se acerca lo suficiente, puede ver que ambos cuadros están compuestos por una gran cantidad de miniaturas del otro (lo he buscado para poder mostrarlo, pero no lo encuentro...).
Desde allí y bajo un sol de justicia que nos acompañaría todo el viaje, nos internamos de nuevo en la ciudad siguiendo una ruta que nos llevó por distintos edificios históricos como los Barracks (el lugar donde los convictos residían) o la catedral de St Mary's para acabar paseando por Hyde Park. Una versión a la australiana de su homólogo londinense.
A mitad de parque, más o menos, nos encontramos el Australian museum, pero ese quedó para otro día.
Nuestra incansable caminata nos llevó hacia el otro extremo de la ciudad, al sur, por donde ascendimos hacia The rocks, el barrio bohemio de Sydney. Inicialmente creado, cuando se formó la colonia, como un barrio de pescadores y prostitutas, y rehabilitado después innumerables veces, tiene un encanto propio debido a los edificios antiguos, a su pequeño puerto y al aire cultural que desprenden sus calles. En una de las principales calles montan el The Rocks Market, un mercadillo donde te venden desde pequeñas obras de artes en forma de pintura, escultura o joya, a comida ecológica y piezas de casi cualquier tipo de coleccionismo.
En una zona ligeramente elevada sobre el resto se encuentra otro pequeño barrio culminado por el Observatorio. Es un lugar delicioso, lejos de la zona principalmente turística, lleno de casitas antiguas y calles inclinadas. Según pudimos ver en esa zona es donde los recién casados se hacen las fotos de la boda. Uno de esos momentos geniales del viaje sucedió allí arriba, observando la bahía, con una brisa encantadora en medio del calor y con pájaros extraños correteando por el césped ante nosotros.





Día 2
Había leído que uno de los must do de Sydney es el paseo en barco y estoy de acuerdo.
En Circular Quay (cómo no) hay diferentes compañías que lo realizan y vale la pena, la verdad. En nuestro caso hicimos una ruta de cerca de dos horas que nos llevó por toda la bahía pudiendo apreciar otra perspectiva del puente y la Ópera. Vimos toda la zona de la bahía, la cruzamos hasta el otro extremo al Taronga Zoo (nosotros no lo visitamos pues queríamos ir a una reserva en lugar de a un zoo...). Pasamos por la Quarantine station, el lugar donde los barcos cargados de inmigrantes pasaban la cuarentena antes de dejar que sus ocupantes desembarcaran pudiendo contagiar alguna enfermedad a los habitantes de la ciudad. Hicimos paradas en distintos puertecitos, a cual más idílico, vimos una playa protegida por una de las famosas (y polémicas) redes antitiburones... y llegamos al extremo más alejado, a Manly, uno de los lugares de playa más bonitos que habré visto en mi vida.
De vuelta en Circular Quay cogimos el tren -la otra gran opción para desplazarse por la ciudad- para acercarnos a Darling Harbour, otro pequeño puerto, este completamente pensado para el ocio. Es un lugar lleno de bares, restaurantes, coctelerías... tiene un gran centro comercial justo al lado del agua y, por ser las fechas que eran, aún estaba engalanado con los adornos de San Valentín.
Dando un paseo por él llegamos hasta el Acuario de Sydney. Si te gustan los animalitos es una delicia de sitio, allí te esperan manaties, caballitos de mar, rayas, peces tropicales, pingüinos, tiburones, tiburones y tiburones... Dicen que Australia es considerada el hogar de los tiburones, cada zona costera tiene identificadas unas especies concretas que las habitan y no se salva nada, dicen que según las estadísticas es más fácil que te toque la lotería que que te mate un tiburón, ya, pero ¿y que te mutile? Decidí, por si acaso, no acercarme al mar. 
Después del acuario nos fuimos a jugar al escondite con el sol de medio día en el Chinese garden of friendship, una preciosidad que te transporta al otro continente de jardín, lleno de plantas bonitas, cascadas, pagodas y lagartos sueltos que lo mismo aparecen de repente donde ibas a plantar el pompis para hacerte una foto.
Más tarde callejeamos hasta el Queen Victoria Building, demasiado exclusivo para nosotros como centro comercial, pero una verdadera cucada de sitio, con unos pintorescos relojes que cuelgan al revés del techo.
Y, para acabar el día, hicimos el ascenso a lo más alto de la ciudad para observar las azoteas al atardecer en la Eye tower.
 


Día 3.
No podíamos dejar la ciudad sin visitar el Museo de Australia dedicado a la historia natural, está lleno de dinosaurios, animales, insectos. Lo que más me llamó la atención a parte de la horrible colección de muestras de bichos que doy gracias de no haberme encontrado nunca en persona (¿¿¿existe una mantis más grande que mi mano????) es una gran sala llena de esqueletos de Tigre de Tasmania, una especie que se extinguió el siglo pasado. Allá por donde hablen de las especies autóctonas se hace referencia a este animal con gran pesar por su desaparición.
todo tipo de animales incluído el nuestro. Entre ellos hay una reproducción de un salón doméstico con un humano leyendo el periódico, un perro a su lado, un gato persiguiendo un ratón y el pajarito en la jaula. También tienen una gran sección dedicada a minerales y meteoritos que suscitó una de esas conversaciones en las que mi NB se da cuenta de lo rarita que soy cuando me encontró agachada toqueteando un trozo de meteorito y al verlo le dije "Esto viene del espacio -él asintió- Del espacio exterior, de f u e r a  d e l  p l a n e t a... ¿no te parece fascinante?".
Después decidimos hacen la gran cosa de guiri que jamás me habría imaginado haciendo: el paseo en bus turístico. No lo hubiera dicho pero fue una buena experiencia ya que nos ofreció otra forma de ver la ciudad, donde te van contando detalles curiosos y divertidos y nos dio la opción de visitar lugares que de otra forma no habrían encajado en nuestra ruta como Bondi beach. Eso sí, hay que hacer caso de la advertencia de tener cuidado con las ramas bajas, una se coló en el bus y le marcó la cara a mi Niño Bonito para el resto del viaje.
Concluimos con un café en el Starbucks de Hyde Park (fetiche indispensable en nuestros viajes) y prontito al hotel, a recogerlo todo y preparar el viaje del día siguiente. Que nos esperaba un buen madrugón.

Como información práctica para otros viajeros:
- Para el transporte público venden la Sydney Pass, se puede comprar en muchos sitios y se va recargando conforme lo necesitas. El bus se paga en función de la distancia recorrida por lo que hay que pasar la tarjeta cuando se sube y cuando se baja.
- El nivel de vida es más alto que aquí, por lo que todo en general es más caro. Encontramos un sitio para comer al pie de la Eye Tower bien de precio y, si no, por todas partes venden comida para llevar a un precio razonable.
- Todo lo que hay que ver de la ciudad está relativamente cerca así que aconsejo caminar y caminar y caminar.
- Nuestro invierno es su verano por lo que nos encontramos con temperaturas que no bajaban de los cuarenta, pero es un calor seco bastante llevable. Eso sí no hay que olvidar una gorra o sombrero y llevar una botella de agua allí donde vayas.

14 de febrero de 2015

Llegar a Australia


El viaje comenzó en plan aventura.
Billetes sin reserva, dos escalas... todo podía ir mal.
Al avión de Dubai casi no nos subimos (coincidir con la salida de cruceros también es mala pata) pero, cuando ya estaba conteniendo la lágrima y forzando una sonrisa para el NB la chica de facturación dijo "Os doy plaza pero no iréis juntos".
¿¿Y qué más da mujer?? Casi salto por encima del mostrador a besarla.

Volar con Emirates resulta sorprendente para alguien como yo acostumbrada a una más que humilde Iberia y algún que otro Vueling. Disponer de una pantalla para ti solita en la que poder escoger entre un amplísimo abanico de películas, documentales, series, música... ayuda a sobrellevar las largas horas de vuelo, la verdad.
Si, además, tu compañero de viaje va sentado veinte filas más adelante (y te ha tocado ventana con lo que para ir a verle tendrías que molestar a dos personas...) y resulta que hay un teléfono con el que poder llamar a cualquier asiento... aún simplifica más las cosas.
Una vez en Dubai, hicimos un tránsito a toda velocidad. Presentamos reservas, nos dieron asiento. Así, pim-pam. 

Con doce horas y media de vuelo por delante decidí recurrir a la química y las pasé en un estado simple y sencillo de dormir y comer.
Al final llegamos al aeropuerto, Sydney al fin!!!!
A las 23:30 de la noche todo estaba cerrado.
No teníamos hotel, puesto que volar sin reserva es lo que tiene. Al sacar los móviles comprobamos que no teníamos datos!!!
Decidimos ir a la ciudad y meternos en el primer hotel que veamos esa noche.
En la estación de trenes resulta que a esa hora, ya no sale ninguno.
Terriblemente cansados después del tute aerotransportado vagamos un poco por la terminal, debatiendo si taxi sí o taxi no, cuando, de repente, a lo lejos vimos un ordenador "Free Internet". ¿En serio? Sí!!! Booking. Reservamos hotel. Bus - taxi. Para llegar a un barrio encantador a las afueras de la ciudad y a dos blanditas y enormes camas queensize. Visita breve al Seven eleven y a dormir.

El jet lag fue increíble (y más lo sería al volver) y el trasbalse de pasar de invierno a verano, de botas a chanclas, de abrigo a camisetas de tirantes, en solo un día... es difícil de explicar. Pero estábamos en Australia!!!!

13 de febrero de 2015

Allá vamos...


Deseadme suerte, poned una velita, cruzad los dedos... 
O algo así.

10 de febrero de 2015

Y tu qué te llevarías?


Tan pocos días y tanto por hacer...
El trabajo, las maletas, los trámites varios, llevar el coche al taller (otra vez)...

Y una cuestión de difícil resolución. ¿Cómo afrontas veinte horas de vuelo?
¿Qué echas en la bolsa de mano para asegurarte de no aburrirte?
Ipad, Ipod, libro(s), revista, chuches, agua y unos calcetines gordos son indispensables.
A partir de ahí... ¿qué más te llevas? 

9 de febrero de 2015

After a year in therapy, my psychiatrist said to me, "Maybe life isn't for everyone".


Quien ha mirado a la locura a los ojos nunca la puede dejar del todo atrás.
Es como cerrar un libro, dejarlo en la estantería y pretender no recordar nada de él, ni un palabra, ni una idea, un instante después.
Como querer que desparezca del cerebro esa canción que se repite y se repite y se repite y se repite y se repite y se repite y se repite incansablemente.
Como intentar borrar las cicatrices de la piel con la punta de los dedos.
O que ese olor no nos recuerde a.
Como decidir ser normal y serlo.
O cerrar una puerta para siempre sin tener la llave.
No, quien ha mirado a la locura a los ojos sabe que, como el abismo, cuando la miras ella también te mira a ti.
No puedes observar unos ojos y esperar que ellos no te observen.
Y a la locura no le gusta que nadie se le escape.
No, no.
Por siempre acechará en las sombras. 
En los rincones.
Tras una sonrisa.
A la vuelta de cada esquina.
Y en el reflejo de los espejos.
Esperará paciente a que bajes la guardia.
Que te pienses a salvo de ella.
Y entonces sentirás una mano negra que te trepa por la espalda...
Y ay de ti, como estés desprevenido.

8 de febrero de 2015

Tus besos eternamente, ya serán besos usados...


Me duelen los labios por dentro, como si los tuviera hinchados.
O me hubiera dado de morros contra algo (que podría, pero no).
Me paso la lengua por ellos y los noto raros, como insensibles, como no-míos.



No sé porqué eso me ha hecho pensar en ti.

7 de febrero de 2015

The world is a book, and those who do not travel read only a page.


Cuando tenía ocho o nueve años, nos pidieron en el colegio que hiciéramos un trabajo sobre un animal. Un trabajo en el que había que dibujar al animal que escogiéramos y explicar algunas cosas sobre él, dónde vivía, qué comía... Algo sencillo a ojos de adulto, pero tremendamente complicado a ojos infantiles.

Mi madre, que era una gran aficionada a los coleccionables, me había ido comprando unos libros de animales salvajes (diez o quince páginas compuestas por una gran foto y cuatro cinco líneas de texto) que, además, venían acompañados de una réplica, en formato muñeco de goma, del susodicho bichito. Los teníamos en la segunda estantería del comedor, junto a los libros de cocina -aún siguen en el mismo sitio, de hecho- y los leíamos a menudo. Siempre me gustó sentarme a leer con ella.

Quizo el azar que entre la colección de seres vivos -y salvajes- de los veinte tomos, mis infantiles deditos no escogieran al fiero león, la divertida cebra, la majestuosa ballena o el amigable delfín, no, quiso la suerte que mi mente de niña (vaya usted a saber porqué) optara por el canguro.
Mentiría si afirmara que recuerdo el motivo pero sí sé que había una foto del canguro bebé, aún rosa y pelón, metido en la bolsa de la mamá cangura y, aquello, me había fascinado profundamente.

La cosa es que hice mi trabajo. Tres folios. Una portada enorme con un canguro pintado de marrón, otra donde explicaba, que vivía en Australia, que comían plantas y raíces y que eran marsupiales, es decir, el -para mí- extraño fenómeo de la bolsa porta-bebé.

Algo en aquel trabajo infantil hizo que me obsesionase con Australia. La buscaba en la enciclopedia y en el Atlas azul de la época de estudios de mi madre (qué lejos quedaba aún internet), recorría con mis deditos mil veces el espacio que la separaba de España. Acosaba a mi madre con todo tipo de preguntas sobre el desconocido y lejano continente. ¿Cómo se iba? ¿Cuándo se tardaba en llegar? ¿Cuánto costaba llegar? ¿Quién vivía allí? ¿Qué otros animales había? Etc. Etc. Etc.

Con los años, lejos de disiparse, aquella pequeña fascinación dio en crecer y pronto y definitivamente, se convertiría en el sueño de mi vida. Avivado por todo tipo de informaciones a mi alcance. Se acabó particularizando en poder, al menos una vez, pisar ese desierto de arenas rojas que rodea al Uluru. Cotilleaba las guías de viaje en el Corte Inglés, asistía con devoción a todos los documentales de La 2 o del Canal 33... Y, cuando llegó internet, ni qué decir tiene que me volví loca de información. Aún así, como en casi todo en mi vida, era deprimentemente realista, los folletos de las agencias de viaje no mentían: el coste de ese viaje estaba lejos de mi alcance.


A día de hoy, sigue siendo insultantemente caro e inaccesible pero, como os he contado ya alguna vez, mi Niño Bonito trabaja en una aerolínea y eso tiene una ventaja: los vuelos baratos aunque sin reserva.
De modo que, si todo va muy, muy bien, en una semana estaré en un avión que estará iniciando el descenso hacia el sueño de mi infancia.

6 de febrero de 2015

When a woman is talking to you, listen to what she says with her eyes.


¿Cómo puede ser que tú, tan lejos, seas capaz de ver lo que mis ojos esconden?
¿Cómo si casi nunca, los que tan solo están a un metro o dos, lo ven?

5 de febrero de 2015

One good thing about music, when it hits you, you feel no pain.

 Una de las cosas que odio de las relaciones que terminan es que siempre, siempre, se han llevado consigo canciones.
Canciones que me regalaron o que regalé.
Canciones que quizá siempre me habían gustado, de las que emocionan o algunas que nunca había escuchado.
Y, no sé porqué, ninguna es del todo... no sé, poco-conocida o bastante-antigua, como para que no vuelva a ti.
A veces, cuando vuelven sientes una sacudida, como si una mano fantasma se colara en tu pecho y le diera un meneo a tu corazón. Por lo general tu cerebro se queda paralizado durante un microsegundo, como un cervatillo ante los faros de un coche y después todo sigue su curso mientras tu memoria tira de archivo.
Otras evocan un recuerdo claro y conciso: aquel despertar, sus labios en tu oído, tú bailándola para él, los dos bailándola juntos, aquella reconciliación, los leer entre líneas, tus tiempos invertidos en traducirle canciones...

Las relaciones vivas también tienen canciones, pero esas, bueno... esta, bueno... él, es una banda sonora feliz y aún incompleta.

4 de febrero de 2015

La ventana indiscreta (III)... indiscreta y blanca

Despertar con un terrible dolor de espalda pensando en todo lo que tienes que hacer hoy, ver un whatsapp de tu Niño Bonito advirtiéndote de que al final ha sucedido, sí, "está nevando en el pueblo así que ves con cuidadito cuando salgas", pero no hacerle mucho caso, pensando en agua nieve y poco más. Deslizarte hasta la cocina anhelando café y quedarte pasmada en medio del comedor al ver la rambla completamente blanca.
Asomarte al balcón y quedar prendada de esa capa de azúcar glas que lo cubre todo, de su forma delicada de caer, de cómo se amontona en cada superficie, incluso vertical, impulsada por el viento, de cómo está sepultando tus plantitas de invierno, de ese sonido casi mudo que produce y del extraño color del cielo que la deja caer.
Y que no importe quitarla del coche para poder entrar y ver algo una vez en él. Ni el viaje semi deslizante hasta la carretera donde un policía muy amable te pide que vuelvas a por las cadenas porque si no no bajas. Ida y vuelta hasta el mismo policía que aún más amablemente te dice que la han cerrado y ya ni con cadenas. Ni la vuelta aún más resbalosa, con tu mente en segundo plano embobándose con el paisaje. O no poder evitar, ahora sentada en el escritorio, que se te vaya la vista hacia el balcón para ver a esos trocitos de algodón caer e ir aumentando el manto que lo cubre todo.


Sé que para muchos ver nevar es lo más normal del mundo y puedo parecer una tonta alucinando con  esto pero, al margen de que a mí me fascinen las cosas más sencillas muchas veces, hay que tener en cuenta que hasta hace dos meses y medio vivía prácticamente al nivel del mar, del mar mediterráneo además, y que, 25 de mis 30 años, los pasé a cinco minutos a pie de la playa. 
Así que sean benevolentes con la niña que llevo dentro y que, por primera vez en su vida, ve nevar desde su ventana.

(La pega claro, que siempre la hay, es que el Niño Bonito está abajo y no sabemos si luego podrá subir).

3 de febrero de 2015

I suspect the secret of personal attraction is locked up in our unique imperfections, flaws and frailties.

¿No os pasa que os atrae alguien que no debería atraeros?
Bueno, no, a ver, esa no es la pregunta adecuada... 
La cosa sería más bien... no sé ni cómo formularla.
No me refiero a personas inapropiadas (y todo el mundo sabe lo que quiero decir: un familiar, el novio de tu amiga, tu cuñada, el jefe...) si no a personas que te excitan irremediablemente mientras que por otro lado te dan cosita.
No porque socialmente esté mal, si no porque a algo dentro de ti le dan escalofríos de incomprensión.
Cuando tu mente dice "no, no, no" pero tu, digamos... estómago, dice "oh, Dios mío".
Atracciones de esas inconfesables.
De las que te daría vergüenza confiar a alguien.
Yo tengo dos. Dos cantantes. 
Si hablase mi cerebro diría que: 
-Uno me da miedo, realmente, su aspecto, su voz... me infunden temor.
-El otro me da como... asquito, como... repelús.
Si hago caso a mis tripas... bueno, entonces, la idea es algo distinta.

2 de febrero de 2015

Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena.


Como si no tuviera que lidiar ya con el batiburrillo presente en mi cabeza 
(compuesto de:
- un viaje a corto -cada vez más cortísimo- plazo.
- otro a más largo pero con más implicados (cuadrar agenda, presupuestos...).
- exceso de horas de trabajo y responsabilidades.
- inminentes recortes.
- gente preocupada que no tiene a otro a quien preguntar.
- mi casera.
- la rehabilitación.
- el seguro y su... santa madre.
- visitas médicas propias y paternas.
- determinado... proyecto.
- ausencias y presencias.
- estúpidos miedos nocturnos.
- relaciones personales hiperdemandantes...
  - una amiga a punto del divorcio.
  - otra con un perrito a punto de morir.
  - questa e l'altra la famiglia.
- mi estúpido cuerpo y sus necesidades (ja-ja-ja).
- mi estúpido cerebro y sus dudas existenciales.).

Ahora se materializa ante mí una oportunidad.
Una de esas que podrían salir súper, súper bien o estrepitosamente mal.
Una muy interesante pero muy arriesgada.
Y yo que soy bastante conservadora pero a la vez los retos me seducen como cantos de sirena...

Ale, más condimentos a esta sopa.

1 de febrero de 2015

Ven a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará.


Lo que nos hemos reído este fin de semana no lo sabe nadie.
De los bailes tontos en la cocina.
De que todas y cada una de las puertas hicieran ruido (post 3 en 1 ya no).
Del frío que se cuela por cada rincón.
Del "como vaya yo y lo encuentre...".
Y, encima, ir y encontrarlo.
De la llave de paso del agua.
De los largos ratos de retozar bajo las mantas.
De las extrañas conversaciones fruto de su falta de sueño.
Del ulular del viento.
De las pelis que son más largas de lo que uno pensaba.
Y de las que son terriblemente malas.
De su cuerpo y el mío.
Y su cuerpo en el mío.
Con las visitas y eso de que nos llamen "los sinhijos".
(Por pura lógica, ellas tienen peques y nosotros no. Yo las llamo las "mamis").
Con The cure, Mia Khalifa y las noticias raras que leo.
Y mil y unas cosas más.

Y es que los fines de semana que el Niño Bonito libra son unos pequeños oasis en nuestra (poco) compartida vida.