Sydney es una ciudad tremendamente bonita.
Posee el encanto de una capital europea y, a la vez, algunas de sus calles me recuerdan terriblemente a Nueva York. El NB dice que es como Barcelona (moderna, junto al mar), así que acordamos que es una mezcla de ambas, aunque yo creo que fueron los plataneros -qué leches hacen esos árboles allí?- los que le hacían pensar en nuestro hogar.
Puedes ir en autobús a cualquier parte y es bastante sencillo comprender cómo funcionan.
Está habitada por una mezcla alucinante de culturas (supongo que eso me recuerda también a NY) y, aunque no necesitamos de mucha ayuda, a todos aquellos a los que preguntamos fueron encantadores con nosotros.
Iba con un cierto temor a su tan mencionado acento extraño pero no hubo problemas de entendimiento.
Día 1
Comenzamos en Circular quay. Es el puerto de la ciudad y donde parece que se vertebre todo respecto a ella. Todos los autobuses nos llevaban a ese punto y, desde allí, es fácil desplazarse a cualquier lugar.
A la izquierda queda el Harbour bridge y por un paseo a la derecha se llega a la Ópera de Sydney, el edifico más emblemático de la ciudad sin duda. Es sencillamente preciosa. Lo que nunca se me ocurrió averiguar antes de ir y que me sorprendió es que la cubierta blanca que solemos ver está formada por un montón de baldosas.

Bordeando la Ópera se llega al Botanic garden, unos jardines enormes e idílicos dignos de visita. Por todas partes hay aves que no nos resultan muy comunes, insectos de tamaño considerable, esculturas escondidas y árboles alucinantes.
En el extremo opuesto a la Ópera se encuentra la National gallery, la exposición resulta ecléctica. Por un lado hay todos tipo de pinturas de autores variados, recuerdo con especial fascinación algunos paisajes de lo que sin duda fue la Australia que encontraton algunos de los primeros colonos. Por otro lado hay una sala dedicada al arte oriental pero, lejos de lo habitual, es una extraña combinación de elementos clásicos y arte moderno. Nos fascinaron dos cuadros: En uno se ve a un Jesucristo sufriente en la cruz y en el otro a un buda sonriente. Como si la contraposición no fuera suficiente, además resulta que si el observador se acerca lo suficiente, puede ver que ambos cuadros están compuestos por una gran cantidad de miniaturas del otro (lo he buscado para poder mostrarlo, pero no lo encuentro...).
Desde allí y bajo un sol de justicia que nos acompañaría todo el viaje, nos internamos de nuevo en la ciudad siguiendo una ruta que nos llevó por distintos edificios históricos como los Barracks (el lugar donde los convictos residían) o la catedral de St Mary's para acabar paseando por Hyde Park. Una versión a la australiana de su homólogo londinense.
A mitad de parque, más o menos, nos encontramos el Australian museum, pero ese quedó para otro día.

Nuestra incansable caminata nos llevó hacia el otro extremo de la ciudad, al sur, por donde ascendimos hacia The rocks, el barrio bohemio de Sydney. Inicialmente creado, cuando se formó la colonia, como un barrio de pescadores y prostitutas, y rehabilitado después innumerables veces, tiene un encanto propio debido a los edificios antiguos, a su pequeño puerto y al aire cultural que desprenden sus calles. En una de las principales calles montan el The Rocks Market, un mercadillo donde te venden desde pequeñas obras de artes en forma de pintura, escultura o joya, a comida ecológica y piezas de casi cualquier tipo de coleccionismo.

En una zona ligeramente elevada sobre el resto se encuentra otro pequeño barrio culminado por el Observatorio. Es un lugar delicioso, lejos de la zona principalmente turística, lleno de casitas antiguas y calles inclinadas. Según pudimos ver en esa zona es donde los recién casados se hacen las fotos de la boda. Uno de esos momentos geniales del viaje sucedió allí arriba, observando la bahía, con una brisa encantadora en medio del calor y con pájaros extraños correteando por el césped ante nosotros.
Día 2
Había leído que uno de los must do de Sydney es el paseo en barco y estoy de acuerdo.
En Circular Quay (cómo no) hay diferentes compañías que lo realizan y vale la pena, la verdad. En nuestro caso hicimos una ruta de cerca de dos horas que nos llevó por toda la bahía pudiendo apreciar otra perspectiva del puente y la Ópera. Vimos toda la zona de la bahía, la cruzamos hasta el otro extremo al Taronga Zoo (nosotros no lo visitamos pues queríamos ir a una reserva en lugar de a un zoo...). Pasamos por la Quarantine station, el lugar donde los barcos cargados de inmigrantes pasaban la cuarentena antes de dejar que sus ocupantes desembarcaran pudiendo contagiar alguna enfermedad a los habitantes de la ciudad. Hicimos paradas en distintos puertecitos, a cual más idílico, vimos una playa protegida por una de las famosas (y polémicas) redes antitiburones... y llegamos al extremo más alejado, a Manly, uno de los lugares de playa más bonitos que habré visto en mi vida.
De vuelta en Circular Quay cogimos el tren -la otra gran opción para desplazarse por la ciudad- para acercarnos a Darling Harbour, otro pequeño puerto, este completamente pensado para el ocio. Es un lugar lleno de bares, restaurantes, coctelerías... tiene un gran centro comercial justo al lado del agua y, por ser las fechas que eran, aún estaba engalanado con los adornos de San Valentín.
Dando un paseo por él llegamos hasta el Acuario de Sydney. Si te gustan los animalitos es una delicia de sitio, allí te esperan manaties, caballitos de mar, rayas, peces tropicales, pingüinos, tiburones, tiburones y tiburones... Dicen que Australia es considerada el hogar de los tiburones, cada zona costera tiene identificadas unas especies concretas que las habitan y no se salva nada, dicen que según las estadísticas es más fácil que te toque la lotería que que te mate un tiburón, ya, pero ¿y que te mutile? Decidí, por si acaso, no acercarme al mar.
Después del acuario nos fuimos a jugar al escondite con el sol de medio día en el Chinese garden of friendship, una preciosidad que te transporta al otro continente de jardín, lleno de plantas bonitas, cascadas, pagodas y lagartos sueltos que lo mismo aparecen de repente donde ibas a plantar el pompis para hacerte una foto.
Más tarde callejeamos hasta el Queen Victoria Building, demasiado exclusivo para nosotros como centro comercial, pero una verdadera cucada de sitio, con unos pintorescos relojes que cuelgan al revés del techo.
Y, para acabar el día, hicimos el ascenso a lo más alto de la ciudad para observar las azoteas al atardecer en la Eye tower.
Día 3.

No podíamos dejar la ciudad sin visitar el Museo de Australia dedicado a la historia natural, está lleno de dinosaurios, animales, insectos. Lo que más me llamó la atención a parte de la horrible colección de muestras de bichos que doy gracias de no haberme encontrado nunca en persona (¿¿¿existe una mantis más grande que mi mano????) es una gran sala llena de esqueletos de
Tigre de Tasmania, una especie que se extinguió el siglo pasado. Allá por donde hablen de las especies autóctonas se hace referencia a este animal con gran pesar por su desaparición.
todo tipo de animales incluído el nuestro. Entre ellos hay una reproducción de un salón doméstico con un humano leyendo el periódico, un perro a su lado, un gato persiguiendo un ratón y el pajarito en la jaula. También tienen una gran sección dedicada a minerales y meteoritos que suscitó una de esas conversaciones en las que mi NB se da cuenta de lo rarita que soy cuando me encontró agachada toqueteando un trozo de meteorito y al verlo le dije "
Esto viene del espacio -él asintió- Del espacio exterior, de f u e r a d e l p l a n e t a... ¿no te parece fascinante?".
Después decidimos hacen la gran cosa de guiri que jamás me habría imaginado haciendo: el paseo en bus turístico. No lo hubiera dicho pero fue una buena experiencia ya que nos ofreció otra forma de ver la ciudad, donde te van contando detalles curiosos y divertidos y nos dio la opción de visitar lugares que de otra forma no habrían encajado en nuestra ruta como Bondi beach. Eso sí, hay que hacer caso de la advertencia de tener cuidado con las ramas bajas, una se coló en el bus y le marcó la cara a mi Niño Bonito para el resto del viaje.
Concluimos con un café en el Starbucks de Hyde Park (fetiche indispensable en nuestros viajes) y prontito al hotel, a recogerlo todo y preparar el viaje del día siguiente. Que nos esperaba un buen madrugón.
Como información práctica para otros viajeros:
- Para el transporte público venden la Sydney Pass, se puede comprar en muchos sitios y se va recargando conforme lo necesitas. El bus se paga en función de la distancia recorrida por lo que hay que pasar la tarjeta cuando se sube y cuando se baja.
- El nivel de vida es más alto que aquí, por lo que todo en general es más caro. Encontramos un sitio para comer al pie de la Eye Tower bien de precio y, si no, por todas partes venden comida para llevar a un precio razonable.
- Todo lo que hay que ver de la ciudad está relativamente cerca así que aconsejo caminar y caminar y caminar.
- Nuestro invierno es su verano por lo que nos encontramos con temperaturas que no bajaban de los cuarenta, pero es un calor seco bastante llevable. Eso sí no hay que olvidar una gorra o sombrero y llevar una botella de agua allí donde vayas.