31 de marzo de 2018

Just living is not enough... one must have sunshine, freedom, and a little flower -Hans Christian Andersen-

La tinny letter de Dara Scully de esta semana (una cosa bonita que os recomiendo) me recordó como echo de menos el mundo animal. Veo en una película, programa o documental, a determinados animales y una parte de mí añora, como quien pena por un amante perdido, la sensación de hundir los dedos en su pelaje, sentir su cuerpo cálido, el peligro de sus dientes y garras afiladas. Bien sé que hay mucho más de romántico que de “natural” en mis deseos, pues lo normal, lo que marcan los instintos, es que ninguno de esos animales que mis manos anhelan, se dejase acariciar como un perrito. No, en caso de acercarnos probablemente me convertiría en su cena.
Si la evolución del ser humano no le hubiera llevado hacia su gran cerebro, nos hubiéramos quedado en algún escalón bajo de la cadena alimentaria, cerca de las gacelas y las ovejas.
Aunque no todo son depredadores grandes y peligrosos, otros muchos seres provocan en mí esa sensación, la de necesitar recordar que pertenezco a ese mundo, aunque viva en un bonito pueblo de calles adoquinadas. Cuando creía que la existencia de Bebé no sería posible, que no podría tener hijos, se instaló en mí la idea de hacerme voluntaria en algún sitio donde cuiden animales, del tipo que sean, para poder tener contacto con ellos. Ahora, bueno, quizá cuando él sea mayor.
Pero no solo eso, a veces tengo una necesidad inmensa de bosque, o de playa.
Tuve la suerte de, aún siendo una niña de ciudad, tener a mi alcance una vez a la semana, la naturaleza. Bosques que explorar con mis amigos, donde caerme en un prado de ortigas, meter los pies hasta las rodillas en un río al cruzarlo saltando de piedra en piedra, un lugar donde plantar árboles y diversas plantas, de las que después comeríamos su fruto, donde poder arrancar una ciruela, un albaricoque o una pera, directamente del árbol y comérmelos.
Vivimos demasiado desconectados de la naturaleza. No creo que esté bien. Hay estudios que han correlacionado que la exposición a la naturaleza mejora el estado psicológico de las personas. Será que algo nos falta...

15 de marzo de 2018

Here’s to you, you were pink or blue and everything I wanted

Hoy Bebé cumple un año.
Hace un año a estas horas NB ponía en mis brazos al mayor amor de mi vida.
A ese pequeño bichito que la ha cambiado por completo. Y para bien.
Y ya está, no me atrevo a poner más por escrito lo que siento (sin provocar un coma diabético a quien lo lea).

Así que dejo una canción preciosa, muy de mami, que lo pueda explicar... en parte.

Slow Down- Nichole Nordeman-

13 de marzo de 2018

La mujer pantera

​Negro local enterrado donde bailamos con espasmos, tomamos, buscamos. Una noche más bajo tierra, en una discoteca en la que los días no existen. La música te electrifica la espalda, las luces te hipnotizan, las voces flotan estancadas como una ilusión, todos queremos pasarlo bien y nos esforzamos. Entre las muchas paredes de este alcantarillado que se bifurca y vuelve a cerrarse, entre los cuerpos apretujados, te plantas frente a mí como si hubieras aterrizado en paracaídas. Me hablas, te aceras. Una aparición, un fantasma alto de cara pecosa y largos cabellos pelirrojos selváticos.
—Estudiamos en la misma facultad, ¿sabes? —me dice, acercando sus pequeños labios gruesos.
A pesar del vodka, razono. Me conoce, no yo a ella. Llama la atención. Su negra blusa escotada es la concreción del deseo. No me ha escogido en este tupido cementerio de zombis bailongos, ya me había escogido antes, como un francotirador cuya mirilla no refleja nada. Dicen que los hombres proponen y ellas escogen. Hay unas pocas mujeres que se emboscan en la espesura, proponen sin preguntas, escogen y lanzan un dardo silencioso. Y mientras te derrumbas en el suelo, entiendes.
No sé de qué cojones hablamos los dos, lo que sí sé es que la noche se va abriendo como una rosa para recibir el rocío. Así, aislados en un rincón, mientras los otros gritan y gesticulan, me dice:
—Qué hacemos aquí, con tanta gente.
El aire fresco de la madrugada nos acompaña, mientras flotamos sobre las piedras mojadas del casco viejo de la ciudad. La luz de las farolas rasga la oscuridad húmeda y el hedor del puerto nos alcanza como una promesa de futuro, como una salida a este atolladero, el vivir sin saber porqué. Encontramos un nombre y un punto brillante en la mirilla de un portalón en una esquina desierta, la entrada al paraíso.
​Pocas mesas de madera gruesa y un vinilo que rueda con alma de fin del mundo. Dos cervezas, una media luz que canta a Gardel, medias sombras que esconden a los enamorados. Nos besamos sin razones, nos separamos, nos contamos y volvemos a besarnos como si el tiempo fuera una falacia. Tiene ojos de bruja. Me habla de una ciudad del norte, donde nació, me habla de frío y albas escarchadas. «Dos cervezas más», le dice al murciélago que regenta aquel antro invisible. Al tercer morreo, percibo mi capitulación. Me hundo en su pecho, ¡tan blanco!, las formas se desvanecen y solo ella existe. Nos echan, el día empieza a amenazarnos.
Volamos, montados en mi vieja moto roja, sobre el tedio de los años, sobre las rutinas, veloces, por un instante magníficos, abriendo en canal esta ciudad que es bella cuando se vacía, dejando atrás calles y plazas, fachadas que nos pasan por los flancos como una película infinita. Dos cuervos radiantes cabalgando la noche.
Subimos a mi piso enorme y arruinado. Ella no se asusta. El suelo rojo se agrieta como un corazón desgajado.
—Qué muebles tan viejos —se sorprende ella—. Qué cama tan antigua.
No le explico que, dicen los vecinos, en esa cama murió una cantante de ópera olvidada en su ocaso. «Era mayor», afirman en el barrio.
Se desnuda con ceremonia, como lo haría una diosa babilónica, dejando a la vista el negro noche de sus bragas. La espero, devoto. Nos enredamos como dos náufragos. Hacemos el amor con furia, acaso conscientes de nuestra brevedad. El frenesí nos levanta y nos aplasta. Tomarte es un grito desesperado, un canto a la vida. Vivir, lamer tus pechos de hielo ardiente, hundirse una y otra vez en tu manantial; flor negra, flor roja, flor salvaje. Poseer tus nalgas prietas. Oír tus alaridos. Colmado. Recibir tus colmillos, sostener la desesperación. Las brasas que son tus ojos, desaparecer perdido en la carne, hundir mi lengua en tu boca hasta no saber, no recordar.
Odiar la luz. En algún momento me quedé dormido. Te despediste con un beso y un zarandeo. Tuve un momento lúcido y salté de la cama. Corrí a la puerta. Tenías los ojos rojos. Te alargué un papel, con un número de teléfono. Dijiste «no», y te quedaste en el umbral, como si esperaras ver pasar un tren. Al final, desapareciste tal como habías llegado, como una exhalación, escaleras abajo. Casi nunca soy capaz de comprender las cosas en el momento. A eso lo llaman ser listo. Cuando nació el nuevo día ya era tarde. Escabullida. Perdida. Perdido.
Semanas más tarde te volví a encontrar en las mañanas de la universidad. Bajabas por la gran escalera del vestíbulo acompañada por tu novio, el de toda la vida, seguida por una corte de admiradoras y admiradores. Me saludaste y presentaste. Entonces descifré aquella noche; habías escapado de la jaula de la que tú misma tienes la llave, que eras la mujer pantera y yo una ventana por donde escapar que, inconsciente y falto de valor en el instante, había cerrado para siempre.

37 Relatos para leer cuando estés muerto​ -Igor Kutuzov​-​

11 de marzo de 2018

What goes around comes around

Si alguna vez necesitáis acumular karma positivo y no tenéis a mano a nadie a quien hacer feliz, id a la peluquería, decidle al peluquero que tenéis una idea loca, y después dejad que la lleve a cabo.
El karma ganado será proporcional al largo del pelo y la cantidad cortada (sorry, chicos). Creo que cambios radicales de color también pueden servir.

Yo lo hice el viernes, un palmo de melena rizada pasó a la historia y creo que con la felicidad y el gozo que se reflejaba en su cara, he compensado algún error del pasado.

¿Qué el riesgo es muy grande? Ahh... es lo que tiene el karma.


6 de marzo de 2018

Los médicos son sádicos que van de dioses oyendo gritar a los mortales. -Juno-

Algo de lo que me libré durante el embarazo (y de lo que no era consciente hasta ahora), eran las revisiones ginecológicas. Prueba de lo tranquilita que andaba yo es que llevaba casi dos años sin hablar de ello aquí.

Cuando estás embarazada lo importante es el bebé, si tú también como horno incubador, pero vas a revisiones con la ilusión de ver al bichito que crece en tu interior, en ver cómo se mueve, cómo está... además, presa como estaba en mi felicidad gestacional, ni siquiera albergaba temores respecto a él. Iba siempre tranquila, feliz por poder asomarme a ese mundo secreto que existía en mi barriga. 

No me molesta el hecho de pasarla, para bien o para mal entre la Locura y el embarazo, ya estoy totalmente curada de pudor al respecto. El problema es la espera posterior, los resultados de la citología son, para mí, una bomba de relojería.
¿No deberían serlo? Ya, pero mira, cada uno tiene sus fobias (y seguro que no todas son tan justificables).
¿Que todo irá bien bla-bla-bla-bla? Ya, ya, también lo sé.
Y no os vayáis a pensar que la cosa va rapidita, no, un mes tardan.
Un mes. 
Llevo dos semanas y media y la paranoia ya danza entorno a mí esperando un descuido para darme un bocado.
Un mes.
Ahí queda dicho.