
Medio día en la oficina, llueve y mientras las demás fuman y yo me aireo del aire acondicionado mecánico y viciado del interior, nos recogemos todas en el portal contiguo, que es donde podemos refugiarnos de las gotitas que caen del cielo y charlar. No sé cómo la conversación deriva a los padres y sus relaciones.
Una explica que su madre es más arisca que su padre y que siempre, cuando la coge o la abraza o le hace algua carantoña, ella se aparta. Cree que es porque su madre tiene vergüenza de que el padre lo haga delante de los hijos.
Otra dice que los suyos nunca han sido cariñosos, que ni siquiera tienen un apaletivo, que se llaman por los nombres y nunca hacen demostraciones de afecto en público. Ella lo achaca a la edad, a la educación recibida.
La otra dice que sus padres son todo amor, que siempre están uno pendiente del otro, que nunca se llaman por los nombres,
"cielo, amor, vida"...
La niña que me habita se me escapa de las manos y se pone a buscar en cualquier estantería y cajón, en los bolsillos de los abrigos de los armarios, murmurando
"¿cariño?¿nena?¿mamá?¿mami?" mientras sigue rebuscando, abre cajones, los cierra, levanta los libros, mira dentro de las páginas, saca incluso en baúl de los recuerdos y se mete dentro revolviendo y sacándolo todo, hasta que al final mira al vacío con ojos acuosos diciendo
"No lo recuerdo". Y de repente, sin previo aviso, mientras ellas hablan animadamente y ríen de las anécdotas de las madres esquivas, yo, sin ningún tipo de advertencia oigo un crec-crec-crec interno, seguido de una inevitable y totalmente inesperada avalancha, que rompe mi presa, mis muros de contención, libreando un alud supurante.
Mis propios ojos de humedecen y me encuentro sorprendida por esta ola de dolor estúpido intenso, así que miro a las nubes (lo cual no es algo extraño en mí), miro el cielo gris y, en vistas que esto no lo contengo ni con esas, pongo una excusa y huyo al interior de la oficina, lejos de las miradas.