Cómo ha podido pasar tan rápido? Cómo puede estar ya, hoy, hablando por los codos, si ayer mismo era pequeñito, vulnerable e indefenso?
El 15 de marzo se ha convertido en un día que vivo aquí y allá.
Cada vez que miro el reloj pienso en lo que pasaba a esas horas aquel mágico día. A las 7 íbamos a sala de partos, a las 13 me ponían la epidural, a las 20 entrábamos en quirófano... y así a cada rato. Hubo de todo, bonito y menos bonito, pero nada que eclipse el momento en que NB lo ponía en mis brazos, enorme y terriblemente pequeño, rosita, con los ojos medios abiertos y achinados, con aquel pelito negro que después desapareció para volverse rubio y aquellas manitas diminutas de dedos larguísimos. Aquel ser precioso que acaba de salir de mí.
Y aquí estamos, un suspiro después y ya es un niño. Divertido, listo, bueno, cabezon como su madre, que habla, te cuenta lo que ha soñado durante la noche, canta y baila. Trepa y corre. Escribe su nombre, me dice que me quiere y que soy la mamá más guapa del mundo. Que explora mis límites a diario y me ha enseñado muchas cosas que me tengo que trabajar, pero también que un abrazo mío es cura de casi todo mal. Que soy la mayor vengadora contra los monstruos y mis manos calman cualquier mal sueño.
No es sencillo criar hijos, requiere mucho sacrificio y es el mayor lío en el que te puedas meter, pero vale la pena, creedme, todo vale la pena.